Sociedad | 13/03/2024

|OPINIÓN|Sonrisas y desastres|Ricardo Zelaya|

Foto: APG

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Brújula Digital|13|03|24|

Ricardo Zelaya

Una buena parte de los paceños tiene la curiosa costumbre de agachar la cabeza, clavar la mirada en el piso y sonreír medio estúpidamente mientras cruzan a paso ligero una calle por donde transitan vehículos a toda marcha, como si no mirar fuera una especie de hechizo o acto psicomágico por el cual la calle quedaría completamente despejada. “Me agacho, sonrío, corro y no te miro y, por lo tanto, no existes”.

Algo así parece habernos pasado con los ya cotidianos desastres de inundaciones, deslizamientos y desbordes de ríos que venimos sufriendo a lo largo del peor verano de nuestra historia. No quisimos ver que no debimos haber construido nuestra casita o edificio de departamentos en un lugar tan poco aconsejable; preferimos cerrar los ojos, hacernos los opas, sonreír y meterle nomás, pasándole un billetito al (o los) funcionario(s) municipal(es) para que haga(n) lo mismo.

Todos sonrientes y felices.

Del mismo modo, nuestros alcaldes no dejan de protestar por las construcciones ilegales y el descontrolado aplanamiento de cerros que llevan adelante risueñas y poderosas empresas constructoras e inmobiliarias, pero después cierran los ojos, miran al suelo y sonríen, vaya el diablo a saber por qué misteriosas razones.

Hace décadas que los paceños sabemos muy bien, porque no los han dicho nuestros padres y nuestros abuelos, que la ciudad está construida sobre decenas o centenares de riachuelos subterráneos que humedecen y debilitan el suelo, y rodeada de seis o siete ríos a cielo abierto que deberían haber sido canalizados para evitar no sólo sus malos olores sino el peligro de eventuales desbordes e inundaciones.

Pero, claro, nadie hizo ni hace nada, porque todos estamos más afanados en correr mirando al suelo.

Todo esto me lleva a la conclusión inevitable de que, con más o con menos méritos, ningún alcalde de los últimos 50 años se ha tomado en serio su trabajo. Ni Revilla, ni Juan Sin Miedo, ni el Compadre, la Comadre o el Zapato roto.

Y mucho menos el Negro, que aparece como el rey de los improvisados cuando le echa la culpa de los desastres a todo el mundo menos a sí mismo y sólo a duras penas ha podido abrir los ojos para ver que estamos en una verdadera emergencia y que necesitamos toda la ayuda posible.

Pero ni así la va tener fácil. Por mucha ayuda que consiga, la lluvia va seguir cayendo, los ríos creciendo y los barrios derrumbándose, porque la ciudad y la naturaleza parecen haber decidido tomar venganza frente a tanta sonrisa idiota.

Pasado el desastre, lo más que seguro es que las constructoras seguirán coimeando autoridades y funcionarios, los loteadores continuarán aplanando todo lo que puedan, la burguesía inmobiliaria no dejará de vender “urbanizaciones” a diestra y siniestra y ningún alcalde emprenderá la solución de fondo: entubar los ríos y frenar la chacota de la construcción.

Y nosotros, claro, seguiremos bajando la mirada y dibujando nuestras mejores sonrisas, mientras todo se derrumba y corremos como huanacos.

Ricardo Zelaya Medina es comunicador social.



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