Sociedad | 17/04/2023

OBITUARIO| El periodismo como pasión y apostolado

Harold Olmos ejerció con pasión el periodismo sabedor de que el oficio no solo sirve para interpretar la realidad, sino también para modificarla.

El periodista Harold Olmos Foto/RRSS

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Brújula Digital |17|04|23|

(Juan Carlos Salazar del Barrio)

Como Arthur Miller, Harold Olmos creía que “un buen periódico es una nación hablándose a sí misma”; y como Gabriel García Márquez, pensaba que “ser periodista es tener el privilegio de cambiar algo todos los días“. Periodista, escritor y “buena persona”, la cualidad que exigía Ryszard Kapuscinski para ser un “buen periodista”, Harold hizo del periodismo un apostolado y lo ejerció con pasión, sabedor de que el oficio no solo sirve para interpretar la realidad que nos rodea, sino también para modificarla.

Lo conocí en los convulsos meses que precedieron al derrocamiento de Víctor Paz Estenssoro por el general René Barrientos Ortuño, en 1964, él como uno de los reporteros estrella de la mítica redacción del diario católico Presencia, formada y forjada por los periodistas Huáscar Cajías y Alberto Bailey, y yo como aprendiz de Radio Fides.

Lo vi en el periódico cuando acompañé al padre José Gramunt a una reunión de directores de medios, convocada por Cajías, para concertar una respuesta a la censura de prensa decretada por Paz Estenssoro. Lo recuerdo con su cara de niño, su tez pálida y mirada bondadosa, que hacía cierta la afirmación del poeta Rilke de que “la verdadera patria es la infancia”, porque su expresión diáfana y serena parecía prolongar indefinidamente la niñez que vivió en su natal Riberalta.

Llegó a La Paz en 1962 con otro riberalteño que ganaría fama como periodista, poeta y compositor, Pedro Shimose, con quien integró un conjunto musical, el trío Los Forasteros. El grupo no solo estrenó las primeras canciones de Pedro, como Sombrero de Saó, sino que apoyó la campaña electoral del humorista Paulovich (Alfonso Prudencio Claure), quien buscaba una banca en el parlamento.

Guitarreros y bohemios, no se decantaron, sin embargo, por la música. Tampoco por la política, sino por el periodismo. Pedro, como brazo derecho del director del suplemento Presencia Literaria, el padre Juan Quiroz, y Harold, como reportero político.

Junto con otros cuatro periodistas de la emblemática redacción –Humberto Vacaflor, Juan León, Mario Maldonado y Germán Casassa–, en 1968 fue becado a la Universidad Pro Deo de Roma para estudiar Periodismo.

Retornó en 1970 para asumir la corresponsalía de la agencia estadounidense Associated Press (AP) en sustitución de otro gran periodista de esa misma generación, Jorge Canelas, quien había sido destinado como corresponsal a Colombia. Hizo toda su carrera en AP, pero siempre reivindicó su paso por el diario católico: “Presencia –escribió– representa un pedazo muy importante y querido de mi trayectoria humana y profesional, de mi formación académica y mis relaciones personales”.

Como Alejo Carpentier, creía que “el periodismo es una maravillosa escuela de vida”. Y el oficio, entendido como él lo entendía, un oficio al servicio de la verdad, lo llevó a conocer otra “escuela”, la del exilio, durante la dictadura garcíamezista. “Fui expulsado de Bolivia con un enorme sello rojo en mi pasaporte que dictaba 24 horas para abandonar el país. De lo contrario.... Nadie me dijo nunca por qué”, recordó en una ocasión.

Salió a Lima. Fue el inicio de un largo exilio, como el que vivieron muchos de sus colegas de generación. Poco después fue designado director en Venezuela, cargo que ocupó 11 años, al cabo de los cuales asumió la dirección de Brasil, puesto en el que permaneció 13 años, hasta su jubilación, en 2005. Fue el único boliviano que dirigió dos de las oficinas más grandes de AP en América Latina.

Previamente, en 1980, con varios corresponsales de medios internacionales en Bolivia –la flor y nata del reporterismo de la época–, promovió la creación de un semanario, Apertura, un emprendimiento que buscaba el periodismo de excelencia. Tuvo una vida efímera. Once números. El último vio la luz el mismo día del golpe militar, el 17 de julio.

Harold sabía que acercarse a la verdad suponía situarse en el epicentro de los hechos. Le gustaba escribir desde el escenario de la noticia, más allá de cualquier riesgo personal. Como Robert Capa, el fotógrafo que cubrió la guerra civil española, pensaba que “si te tiemblan un poco las manos, la foto de acción mejora sensiblemente”. Él creía que con los reportajes ocurría exactamente lo mismo. No “cubría” un acontecimiento. Lo vivía.

Defensor a ultranza de la independencia del periodismo, decía que los medios no están para aplaudir al gobierno de turno, sino para decir la verdad. Se consideraba un militante de la libertad de expresión ante los abusos del poder. “La combinación de despotismo con ignorancia
–escribió– es peligrosa y explosiva, como lo demuestran frecuentes periodos de nuestra historia”, con dictaduras que hacen de los periodistas “su enemigo principal” y de la libertad de prensa “el blanco sobre el cual disparar”.

Escribió Labrado en la memoria (Plural, 2017), un libro monumental sobre los asesinatos del Hotel Las Américas, y colaboró activamente en la producción de dos libros que me tocó coordinar: Presencia: Una escuela de ética y buen periodismo (Plural, 2019) y El periodismo en tiempos de dictadura (Plural, 2021). Fueron sus últimos aportes.

Un episodio lo retrata de cuerpo entero. Ocurrió en enero de 1978, cuando los militares invadieron la oficina de Presencia para detener a los huelguistas de hambre, encabezados por los sacerdotes Luis Espinal y Xavier Albó, que exigían a la dictadura amnistía irrestricta para los perseguidos políticos. A pedido de Albó, en un acto de profundo sentido cristiano, Huáscar Cajías les leyó las Bienaventuranzas de San Lucas en presencia del pelotón.

“Al acabar la última bienaventuranza, bajo un silencio solemne con el que se habría escuchado el volar de un mosquito –recordó Olmos años después–, agarré una guitarra que solía tener en la redacción y canté a coro con los huelguistas, con toda la impotencia y rabia que salía de mi garganta, Viva mi Patria Bolivia. Los soldados, avergonzados, bajaron la cabeza mientras el coro hacía reventar el lugar con las voces a todo pulmón de los propios huelguistas y del personal de la redacción”.

Ese era Harold Olmos, el reportero con cara de niño y mirada bondadosa que, como el historiador Thomas Carlyle, creía que “el periodismo es grande” y que cada periodista puede ser “un regulador del mundo, si logra persuadirlo”. Y él lo intentaba.

“Defensor a ultranza de la independencia del periodismo, decía que los medios no están para aplaudir al gobierno de turno, sino para decir la verdad”.



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