Sociedad | 06/04/2023

Murió Harold Olmos, el cronista de la justicia. Susana Seleme y el último testimonio de Harold.

¿Qué le motivó a Harold Olmos escoger el título “Labrado en la memoria" para este libro, en mi criterio una obra monumental, que debiera leerse, releerse, masticarse para recordar siempre una parte sustantiva de lo ocurrido en Bolivia en los últimos años?

El periodista Harold Olmos falleció la noche del miércoles Foto/RRSS

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Brújula Digital |06|04|23|

Cabildeo Digita / Susana Seleme Antelo

“Labrado en la memoria" es un libro “Para no olvidar” como titula el autor el Libro Cuarto de esta historia monumental, reitero, de 750 páginas.

No se trata solo de que lo se conoce como ‘el caso Rózsa’, o ‘el complot contra las autonomías’, o ‘EL JUICIO POLÍTICO CON CARÁTULA JUDICIAL TERRORISMO-SEPARATISMO’.

No. No es solo eso, lo que sería por demás suficiente. Es, en realidad, un relato histórico.

Es una minuciosa crónica periodística e histórica de ese juicio, ordenada, ampliada y rigurosa en la descripción y análisis de los contextos internos y externos tanto políticos, jurídicos, económicos, sociales y diplomáticos que la rodearon y rodean.

Es la radiografía de lo ha sido una práctica común en la Bolivia de estos tiempos, sobre la administración de justicia y su deriva hacia la “judicialización de la política”, contraria al Estado de Derecho Democrático.

La obra consta de 4 libros. El primero es la reedición de la primera aproximación del autor a los hechos del 16 de abril de 2009. Su título mantenido en esta edición, es una frase tomada de un diario de Eduardo Rózsa: “Allí donde me sepulten, nadie se arrodillará. En ese texto, el autor refresca el perfil de ese personaje.

El segundo, tercero y cuarto libros, son el desarrollo del propio proceso en su fase de juicio oral, al principio itinerante, desde su instalación en 2012 en Cochabamba, luego en Tarija, Yacuiba y finalmente Santa Cruz de la Sierra.

“LABRADO EN LA MEMORIA” para no olvidar es la narración histórica que hace un profesional de la comunicación, de la información y del buen escribir, como el periodista Harold Olmos.

Haberse metido a fondo en el estudio, el análisis y la vivencia diaria de lo que también él denomina el ‘Juicio del Siglo’, lo llevó a constar, mientras escribía, y lo cito, “que estaba ante un caso que incluía mucho de la historia boliviana contemporánea”. Y la incluye totalmente, cruzada por el exceso de poder político y el ejercicio de poder obsceno.

Esa es la historia que relata el autor, a veces de forma conmovedora, otras brutalmente, detallada en sus contextos, acertadamente hilvanados y descritos, con una diáfana escritura y una incalculable información.

Nadie que no fuera el experimentado periodista que él es, podía haber visto esa veta de información que contenía “el juicio del siglo”. Y nos la ha dejado para la posteridad.

El libro apunta a desenmascarar las lacras del juicio contra 39 imputados de delitos jamás cometidos. Y va detallando este proceso y sus arbitrarios métodos antijurídicos, en desmedro del ejercicio del Derecho como civilización jurídica. Lo hace con objetividad profesional, sin estridencia alguna.

Así pone al descubierto a los autores intelectuales y materiales, en este caso ‘los victimarios’, todos personajes del alto mundo político oficialista y afines. No los califica, simplemente los ubica, los cita en algunos casos, en el escenario donde se hubiesen desenvuelto, ya sea utilizando datos de prensa nacional y extranjera, o de primera mano, cuando asistía a las sesiones del juicio oral en esta ciudad.

En ese marco, Olmos pone el dedo en la llaga sobre el asesinato extrajudicial al húngaro-boliviano, Eduardo Rózsa, al irlandés Michel Dwyer, y el también húngaro Arpad Migyarosi. Relata con lujo de detalles los hechos de aquella madrugada del 16 de abril de 2009, y lo cito “cuando la policía, apoyada en una orden del Presidente de la República, irrumpió en el Hotel Las Américas de Santa Cruz, los mató y lanzó una persecución tenaz sobre dirigentes políticos, cívicos y empresariales de la región”.

En mi criterio, aquellas muertes son el único caso de terrorismo, en este  caso llamado ‘Terrorismo de Estado’, como puede deducirse de las evidencias presentadas en los más tres años de juicio oral, desde que fue instalado, a pesar de las telarañas y preguntas que aún persisten. Cada vez menos, en todo caso: ya sabemos quiénes son los “victimarios”.

Harold Olmos describe con magistral realismo el juicio oral, y lo vuelvo a citar, con sus “… incidencias diarias, las pequeñeces, el poder de la iniquidad, la acción obsecuente que se percibía en la sala con los designios mayores del poder que confirmaban las flaquezas y omisiones de la justicia… En lo personal, fue un aprendizaje. Como lo fue compartir las penurias de los detenidos y de los obligados a asistir a las sesiones que aprendieron a vivir solo en el perímetro de sus viviendas como alternativa a la prisión”.

“LABRADO EN LA MEMORIA” nombra y recuerda a todas las víctimas: las presas, las que sufren detención domiciliaria y las del exilio forzoso. A estos los llama LA VOZ DE LOS SIN VOZ, a las que representó uno de los imputados, hoy detenido en su vivienda. Quienes salieron del país, no tuvieron otra opción porque ni el Estado ni el gobierno que lo administra, ni Poder Judicial subordinado al poder político de turno, les garantizó un juicio justo.

A falta de justicia, fue además un juicio inhumano, porque ahí la vida no valía nada, como queda demostrado por las enfermedades e impedimentos que sufren algunas víctimas, dejándoles a ellos, a sus familias y amigos la sensación de impotencia e indefensión.

En todo caso, no los ha destruido, aunque si afectado profundamente a cada uno de ellos y ellas, a sus familias y a sus hijos, algunos muy niños entonces, que siguen siendo niños aun hoy.

Durante el juicio, cuando la defensa de los acusados con graves problemas de salud invocó ‘el derecho a la vida’, la respuesta del entonces fiscal Sergio Céspedes, ofendió, y ofende todavía, a las conciencias democráticas bolivianas y del mundo. Dijo que “en Bolivia los tiempos políticos habían cambiado” y para simplificar su pensamiento agregó que “En la antigua Constitución Política del Estado se valoraba la vida. En esta nueva es Patria o Muerte”.

Hasta ahora no sabemos, como apunta Olmos, contra quién estábamos en guerra para semejante arenga bélica.

El autor narra que la presentación por parte de los fiscales del régimen de los supuestos indicios e hipótesis, fue aberrante por la contaminación, suplantación y siembra de falsas pruebas. Entre otras razones, porque nunca tomaron en cuenta el debido proceso, es decir el lugar de los hechos y su juez natural que debía instalar y presidir el juicio.

Tampoco consideraron la norma legal, basada en el “iuris tantum”. Es decir, en la presunción de inocencia, a pesar de que en todo proceso que respete las normas de un juicio justo, se la admite para probar la inexistencia de hechos que se imputan a los acusados, sin pruebas concluyentes.

Mientras leía “LABRADO EN LA MEMORIA” para que no se olvide nada, no podía dejar de recordar el libro, “El proceso” de Franz Kafka y la situación del protagonista, Joseph K, impotente, en esa atmósfera hostil, en la opresiva burocracia del impero austrohúngaro, en tiempos de la ‘Gran Guerra’.

Y recordaba ese libro, porque aquel proceso que describió Kafka, se fue convirtiendo poco a poco en sentencia en este “Juicio del Siglo”.

Ambos se ajustan a lo que podemos llamar “el aparato judicial kafkiano” que en Bolivia ha desterrado a las instituciones de un Estado de Derecho.

¿Es ese Estado, aquí, hoy y ahora, una especie en extinción? El autor del ‘Juicio del siglo’, deja la pregunta, sin enunciarla, flotando en sus nutridas páginas.

Olmos escribe en el prólogo a la segunda edición que “Pocos juicios en el mundo han durado tanto: siete años y medio… y nunca en Bolivia se había dado un proceso que involucrase alzamiento armado, terrorismo y separatismo. El cuarto elemento inicial, magnicidio, fue suprimido de la acusación porque habría sido imposible sustentarlo y acabaría bloqueando los otros elementos de la acusación que tampoco pudieron ser probados en tres años y medio de juicio oral”.

Revisar el índice de “Labrado en la memoria", para no olvidar, es una invitación-interpelación a leer y seguir leyendo las páginas que están delante. Los títulos de cada capítulo son ideas fuerza, algunas poéticas, otras en clave de metáforas e impulsan para continuar la lectura.

En la parte final del libro, el autor relata que la defensa de uno de los imputados, convocó como testigos a los policías que intervinieron en el asalto al Hotel las Américas, donde fueron asesinaron extrajudicialmente las tres personas asesinadas. Los testigos eran Marilyn Vargas, Walter Andrade y Gary López, dragoneante, capitán y subteniente de policías, miembros de la ahora disuelta UTARC. ¡Qué nombre: unidad táctica de resolución de conflictos… a bala!

Se les pagó pasajes y reserva en las habitaciones ocupadas por Rózsa, Magyarosi y Dwyer en dicho hotel. Se negaron a pernoctar en ellas. Durante la sesión, el tribunal resolvió que la sesión sería reservada, en previsión a las declaraciones que podrían hacer. “Cercados por una muralla de policías”, relata Olmos, “ingresaron uno a uno a la sala de audiencias, gafas oscuras y traje de fajina mientras periodistas, fotógrafos, camarógrafos, parientes y amigos de los procesados eran expelidos de la sala…”

No puedo dejar de compartir con ustedes otro sentimiento que me fue dejando la lectura de este libro. Ese sentimiento me remitía a la filósofa alemana Hannah Arendt, víctima del nacionalsocialismo en tiempos de Hitler. Se salvó porque, siendo judía, huyó, y pudo legarle al mundo su mirada lúcida y penetrante en libros sobre los totalitarismos, las revoluciones, la violencia, la condición humana, entre otros.

Lo que me martillaba la cabeza, era su elaboración del concepto La banalidad del mal, con el que describió a Adolf Eichmann en el juicio que se le siguió en Jerusalén, en 1961 por su intervención en “la solución final del problema judío”.

No se trata de comparar o encontrar similitudes entre uno y otro juicio. Se trata de constatar, como hizo Arendt “la larga carrera de maldad, la terrible banalidad del mal” que le impedía al acusado darse cuenta de sus “horrendos actos y el daño que había causado”.

El y todo el aparato nazi tenían licencia para matar, por eso nada les importó, ni los métodos usados, ni las víctimas, ni sus familias, ni los entornos.

Esa es la terrible banalidad del mal, que se arropa en la naturaleza y función de la Injusticia en Bolivia, en manos de dirigentes políticos, de funcionarios; del aparato estatal y del gobierno; de los administradores de esa Injusticia, de policías corrientes o miembros de fuerzas especiales, que van por el mundo sin inmutarse por las culpas que pesan sobre sus espaldas.

No les hace mella “la larga carrera de maldad, la terrible banalidad del mal”, como dice Arendt, que han ejercido sobre sus semejantes, hombres y mujeres, sobre toda la sociedad.

En este juicio del siglo, los autores intelectuales y materiales del complot contra las autonomías, del asesinato extrajudicial de tres personas en el hotel, de todo el vicioso desarrollo del juicio, de las vidas truncadas aquí o en exilio, van por la vida como si no hubiesen cometido maldad alguna.

Esa banalidad del mal indigna.

“LABRADO EN LA MEMORIA” es un libro para no olvidar. También para aprender. Gracias Harold por tu memoria fiel a la historia y al oficio. Santa Cruz y Bolivia te lo agradecen.



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