Sociedad | 05/03/2022

El Ciudadano Bob Roberts, una semejanza fílmica indispensable con el presente

La política puede ser una aparatosa pesadilla, pero no en el mundo musical genialmente exhibido en Ciudadano Bob Roberts, una película de 1992 dirigida y protagonizada por el notable actor Tim Robbins. Cuenta la campaña electoral para obtener una banca en el Senador de EEUU del cantante folk Bob Roberts.

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Diego Ayo, especial para Brújula Digital

|04|03|22|


La derecha cavernaria, pedante, aburrida, larguera a la que estamos acostumbrados, tiene que sentirse abrumada por una derecha de espectáculo, show, música y luces de color a la que nos sumerge la película
Candidato Bob Roberts. ¿O sea? O sea, ese hipnotismo de belleza artística que poseía un charanguista mágico como Carlos Palenque, también posee el candidato electoral de este filme, aunque, valga enfatizar, ¡alejado del púlpito popular! ¿Es, más bien, un compadre de derecha y bien de derecha? Psi. Eso mismo. Bob Roberts, el compadrito de este rollo de una hora y 44 minutos es un ilustre artista-candidato del ¡Partido Republicano! Un hipnotizador lírico de derecha. ¿Qué tal? No me imagino a Carlos Mesa zapateando un huayñito aunque si me imagino a Samuel Doria Medina zapateando la misma melodía castigándola con sus estruendosas suelas des-armoniosamente afiladas. O sea, bailes o no, el perverso efecto es el mismo: mejor hablá con la brillantez que sabes, inundá el auditorio de frases épicas, historia a raudales, déficits económicos, programas de gobierno, pero, ¡carajo!, no bailes o practicá, ancuandosea una mísera cuequita para salir el fin de semana a lucir tu despellejado talento.

¿Se imaginan, pues, a este par de candidatos entonando canciones para atraer al público, deleitarlo y conseguir su apoyo electoral? Quizás en una aparatosa pesadilla, pero no en este mundo musical genialmente exhibido en Ciudadano Bob Roberts, una película de 1992, dirigida y protagonizada por el notable actor Tim Robbins. Cuenta la campaña electoral para obtener una banca en el Senador de EEUU del cantante folk Bob Roberts. Es un outsider, es decir, es un político no-político: es un cantante folk, cuya preocupación por la gente lo ha conducido a subirse al estrado de la política. ¿Reconocen esta narración? Yo sí, claro que sí, con el cervecero Max Fernández convertido en político o el folklorista de la Tribuna Libre del Pueblo, don Carlos Palenque, discurriendo por similar sendero. ¿Y no se aliaron a los partidos neoliberales? Claro, demostrando que su pureza pre-política duraría menos que un partido de fútbol de salón.

¿Qué demuestra Bob Roberts? Lo propio: ser un buen tipo trepado a su guitarra. Un sujeto encantador que ni por asomo se atrevería a lidiar con la “clase política”. ¿Cuál su propósito, entonces? ¡Defender los valores morales tradicionales del pueblo americano sobre la base del apoyo de algunas iglesias de la derecha cristiana! Tengamos en cuenta que el Partido Republicano andaba de jauja allá por los 80 tras la exitosa revolución conservadora acaudillada por Ronald Reagan. Este cantante tan guapito y encantador es un engranaje estadual del bodrio conservador tan juvenil, afable y hasta gracioso que lideró el actorcillo-político devenido en presidente de los Estados Unidos.

En todo caso, ¿qué es lo que vemos?

Uno, el objetivo de este candidato religioso es destruir a su adversario. Con ese perfil celestial, creíamos que iría a conversar con su adversario demócrata sobre la repartición de panes en el país del norte, la utilidad de las guarderías para el futuro de América y su indispensable tratamiento para garantizar nuevas generaciones nobles y puras y, en una de esas, se tomarían un tecito caliente con empanadas Wistupiku para resolver cualquier asuntito excedentario. ¿Sí? ¡Para nada! Este servidor del señor se dedica a aplastar a su rival demócrata, acusándolo de todo lo que una mente hiperpolitizada puede imaginar, con el agravante de no poseer ni media prueba en su contra. El director de esta fundación es Lucas Hart, la eminencia gris que se encuentra detrás del héroe. Hart estuvo implicado en el entonces reciente escándalo del Irán-Contra (la venta secreta de armas por parte del gobierno de EEUU a Irán y a la Contra, la guerrilla nicaragüense opuesta al gobierno revolucionario sandinista), ya que proporcionaba aviones y armas a la Contra. En la cinta se pone de manifiesto que posiblemente Hart estuvo implicado, incluso, en el tráfico de drogas (algo notable, especialmente si tenemos en cuenta que el objetivo de la organización republicana es la lucha contra las drogas). ¿Qué tal? El vendedor de armas drogoexplotador, afiliado a esta ala cristiana del Partido Republicano tirando a matar al candidato demócrata. Satanás acusando a la Virgen María de pornografía. He ahí el candoroso cantante republicano socapando a un miserable.

Dos, el candidato demócrata es un perdedor más aburrido que chiste Bazooka. Un Samuel Doria gringo. El rival de Bob Roberts, el senador demócrata Brickley Paiste (interpretado por el actor Gore Vidal), es un perfecto ejemplo de política enlodada del pasado: un hombre mayor con una nula capacidad para aparecer y menos aún, sorprender en la televisión. Es un cromañón en las calles de Nueva York que parece no haberse enterado todavía que ya comemos unos asados, tiritas y bifes, usando el fuego (parrillero) para esa indispensable tarea. Paiste está precisamente en contra de la “política-espectáculo” sin percatarse de que al adoptar esa actitud se zafa de alcanzar el sitial deseado. Cabe preguntarse, ¿lo hace mal? No, y ese es el problema de la política del presente, tan bien retratada en este filme: ¡lo hace genial! Paiste sabe perfectamente que la alharaca mediática con bailecitos, trago a borbotones, mujeres semidesnudas bailando en algún rincón de la cámara, pobres redimidos al menos por esos días ataviados de canastones debidamente enfocados, no son lo correcto. Son la torcedura de una política que exige verdadera reflexión. “Piense”, como solemos decirle, con propuestas debidamente socializadas, debatidas y aclaradas. ¿Alguien se apunta a conocer esas propuestas debidamente socializadas, debatidas y aclaradas? ¡Al carajo! Queremos remover el cuerpo con alguna saya. ¿A quién se le ocurre la extraña idea de … ¡pensar!? Ni duda cabe: don Bob se entremezcla en ese paludismo cerebral tan poco obvio a un público fascinado por las melodías.

Tres, el cierre de oro de toda campaña: victimizarte. Y nuestro candidato folk se victimiza como debe ser: Roberts es ridiculizado en un programa satírico de ámbito nacional y cuando decide concluir el programa y marcharse, es alcanzado por dos proyectiles de un activista adversario que lo postran paralítico en los siguientes meses. El candidato está a punto de perecer, pero “afortunadamente” queda paralítico. ¿Con dos balazos en el cuerpo y aún respira? Uta, qué macho. Qué lindo. ¡Nuestro héroe!, o, como lo define la película, “el profeta paralítico del futuro”.

Pero, ¿acertaron el disparo? El periodista que investigaba las conexiones de Bob Roberts con el tráfico ilícito asegura que no. ¿Qué le sucede? Adivine mi buen lector sumergiéndose en esta alberca patria llamada Bolivia: ¡es apresado! Sí, el denunciante ¡es apresado! Pero, ¿y el montaje? Nada, nada, apresado por dudar de la nobleza de este magnífico político. ¿Usual en política? Claro. Hitler ganó un inmenso provecho con la bomba lanzada contra el Reichstag, el parlamento alemán, en febrero de 1933. ¿Quiénes tuvieron la culpa? Los comunistas o, al menos así se le ocurrió aseverar a los nazis. Por ende, ¡hay que castigarlos! Gran bomba: le autorizó a Hitler hacer lo que le venía en gana. ¿Más? Sí, Putín se encargó de eliminar a los chechenos independentistas en 2002. Estos “terroristas” circundaron el Teatro Dubrovka de Moscú en octubre de 2002 secuestrando rusos. Las fuerzas del líder ruso entraron, mataron a todos, incluidos a 170 de 850 rehenes, pero acabaron con los islamistas radicales. Aplauso generalizado. Pobrecitos los fallecidos rusos, pero se dio una lección a los fanáticos asesinos (chechenos o no chechenos: ¡asesinos!). Acá en el país hicimos lo propio con los “terroristas” del hotel las Américas en Santa Cruz con el inclemente e imperturbable relato: “nos querían matar estos terrucos, ¡pobrecitos de nosotros que afortunadamente tenemos líderes que nos defienden!” Ya ven pues: los “pobrecitos” suelen ganar. 

¿Qué sucedió con nuestra víctima en la película? Ganó las elecciones. El santo divino triunfó sobre el mal. La política nuevamente retrató a los malos frente los buenos. ¿Algo más? Sí, casi nada: el gobernador elegido se inscribió a la Maratón de Boston por una sencilla razón: ¡volvió a caminar! Sin problemas, a pesar del inmenso infortunio. No había sido tal el atentado, todo era una tramoya.

Síntesis: a pesar de alentar un discurso hueco, pero plagado de canciones-dardo contra los políticos demócratas rivales, Bob Roberts venció en sus comicios a legislador. Y con él, ganó la política transformada en espectáculo. Coreografía antes que ideas. Bombos y luces antes que debate. Traseros y senos antes que diálogo. Gran ambiente para triunfar electoralmente. Pero ya ven: la vida electoral es una cosa y la vida de la gestión, siendo ya gobierno, es otra. Ya el politólogo-economista boliviano André Tejerina Queiroz nos deleitó con su novela Planeta musical. En ésta quedaba claro que puedes llegar al poder tocando charango. Genial, ¡ya tenemos el poder! ¿Sí? Pues no, llegar es una cosa, ¡quedarte es otra! Ya con el gobierno a cuestas no sabes qué hacer con él o te limitas a robar, tomar el pelo, vociferar y demás vainas (evistas). He ahí el dilema: aunque los Bob Roberts ganen, los que pierden somos nosotros: la gente.

Diego Ayo es cientista político y le gusta el cine.



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