Sociedad | 25/04/2020

Los hijos, las madres y los padres que el coronavirus se llevó

Todas las noches, el Ministerio de Salud debería mostrarnos la foto, el rostro de la madre, el hijo o el padre que el coronavirus se llevó. Y que nos diga con toda certeza si el sistema de salud hizo todo lo posible por salvarles la vida. (Amalia Pando)

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Amalia Pando / Cabildeo

Este sábado 25 de abril se cumplen 46 días desde que aparecieron en Bolivia los dos primeros casos de Coronavirus llegados desde Italia en BoA. El país estaba sumido en la pugna electoral. Nadie podía ni siquiera imaginar todo lo que iba a cambiar ese 10 de marzo, hoy tan lejano. China ya había pasado el pico de la pandemia, Italia se enfrentaba a una imparable cadena de contagios que comenzó con dos turistas chinos y España abría los ojos a su propia pesadilla. 

Desde entonces hemos saltado de dos a 807 infectados, según las últimas cifras oficiales que por falta del testeo masivo oculta la parte ancha de esta realidad. También hemos cumplido 34 días en cuarentena, como medio mundo, y no está claro cómo salimos de ella. Mientras la economía global se derrumba, se pierden millones de empleos y el precio del petróleo hace agua, aquí de lo que se trata es de sobrevivir. 

Estamos en una curva ascendente del Coronavirus con eslabones irregulares que tuvieron hitos de contagio diario de 30, 40, 63 y este viernes de 104 nuevos casos en sólo 24 horas. 

Marzo tuvo su peor día, el jueves 26, con 22 nuevos casos positivos. En abril, a pesar de la cuarentena, las víctimas diarias aumentaron significativamente. Sin cuarentena pudo ser peor. El 9 de abril se registró 54 contagios, el pasado miércoles 22, otros 63 y ayer 104, el pico más alto por el momento. Hemos ingresado a los tres dígitos. La curva seguirá subiendo y dará saltos con el invierno, según todo pronóstico. 

Nadie se libra

El Coronavirus está en 43 municipios de los nueve Departamentos. Santa Cruz de la Sierra concentra la mayoría con 202 casos, según datos al 22 de abril. Le sigue Montero, con 67. La Paz registró 61 y El Alto 40. Oruro, que estuvo 21 días con solo ocho casos, subió a 38, seguido por Cochabamba, con 26. Patacamaya y Potosí tuvieron 18 contagios cada uno. Todos los demás municipios registran cantidades menores.

Los datos por departamento también muestran que Santa Cruz es el más castigado con 446 casos, más de la mitad del total. La Paz registra 155, Cochabamba 70, Oruro 65, Beni 33, Potosí 21, Pando 12, Tarija 3 y Chuquisaca solo 2, información del Ministerio de Salud del 24 de abril. 

Estos datos muestran que estamos despegando de la fase inicial. Todavía se puede controlar la propagación a través del testo masivo, tal como lo exigió la ciudad de Potosí con un revoltoso cacerolazo. 

Cuando llegamos a los índices de Perú y Ecuador, con miles de contagios y muertos en las esquinas, será casi imposible. 

Ecuador tiene 22.719 positivos y 576 muertos, y Perú registró 20.914 contagios y 572 fallecidos, datos al 24 de abril. 

El siguiente nivel es el de España donde la epidemia está descontrolada con 4.635 casos nuevos en un día, más que los Estados Unidos, habiendo acumulado 213. 024 infectados y 22.157 fallecidos, al 23 de abril.

El coronavirus no espera

También hay algo de tiempo –antes del inevitable tsunami sanitario– para terminar de equipar a los hospitales designados para el COVID-19. Está claro que los recursos ni el tiempo alcanzan para equipar a todos los hospitales del país. En apenas unas semanas no se puede hacer lo que Evo Morales no hizo en 14 años. Pero si se puede concentrar todo el esfuerzo en unos pocos “centinelas” con respiradores, rayos X y todo lo demás, tal como exigen los sindicatos del sector. 

Aún más valiosos son los especialistas, las enfermeras y todo el personal de salud que en una pandemia deberían estar trabajando con todo empeño. Pero esto no viene ocurrido desde que el Coronavirus los atacó primero a ellos. Nadie quiere ser un héroe bajo tierra, por mucho que les canten “Resistiré”. Los queremos vivos, con ropa de bioseguridad y seguridad laboral, para que no renuncien como viene ocurriendo. La renuncia más sonada fue la del Director del Hospital Japonés de Santa Cruz, Dr. Víctor Hugo Zambrana, por falta de ropa y equipo seguridad para el personal.

Además de los indispensables intensivistas, se necesitan cardiólogos. Nos confirmaron que se está suministrando hidroxicloroquina que ya se sabe ha dado buenos resultados, pero puede ser fatal en pacientes con hipertensión o dolencias cardiacas previas al COVID-19. 

Hay uno o dos cardiólogos por hospital, no les alcanza el turno, según el testimonio recogido por Cabildeo. Y hay enfermeras que están haciendo dos turnos seguidos, en medio del riesgo, sin transporte y todo lo demás, parece muy injusto. 

Tampoco nos olvidemos de algunas lavanderías de hospitales que no tienen máquinas, dónde unas mujeres destrozan sus puños y ponen en riesgo sus vidas frotando sábanas de pacientes con Coronavirus. 

Medio centenar de víctimas fatales

Una semana después de dictada la cuarentena comenzó el conteo fatal. El 29 de marzo murieron los dos primeros. 27 días después ya suman 44, casi medio centenar. Son directa consecuencia del virus y de un sistema de salud devastado por 14 años de indolencia por parte de Evo Morales y su ministro de finanzas Luis Arce C. 

Llegó el Coronavirus a un país que ya tenía 48 mil enfermos de dengue, 300 mil niños menores de cinco años fallecidos cada año por diarreas, enfermos de cáncer bloqueando los accesos a los hospitales para ser atendidos, pacientes de diabetes sin acceso a medicamentos de última generación, enfermos en los pasillos y en el suelo de los pasillos. ¡Cómo olvidar que este fue el legado impío del MAS! 

Donde más nos duele

La historia de los que murieron es la historia de la impotencia de alguien que lucha por su vida y se encuentra con la indolencia de un sistema que no está pudiendo cambiar. 

Disneyda Veré Suárez era enfermera auxiliar en Roboré, un pueblo con larga tradición cruceña, epicentro de los incendios forestales del año pasado y de la resistencia a los asentamientos en áreas protegidas. Ella era parte de ese pueblo y de su hospital. Madre de tres nenas de cuatro, siete y 10 años. La trasladaron a Santa Cruz al hospital de Pampa de la Isla. Una semana después todavía no la habían atendido, según su propia versión. Grabó un mensaje desgarrador desde su celular. “Me estoy muriendo”, decía y ponía en evidencia que no habían hecho mucho para salvarla. Pedía alguna indemnización para sus tres pequeñas. Sin madre, ¿qué va a ser de ellas? 

“La epidemia continúa golpeando donde más nos duele”, decía el 9 de abril el secretario de salud de la Gobernación de Santa Cruz, Oscar Urenda, al informar del fallecimiento de una beba de cinco meses contagiada siete días antes por el Coronavirus y muerta en el Hospital Japonés por complicaciones cardíacas de base. 

Richard Sandoval, empresario de 50 años que llego de Nueva York murió porque no pudieron conectarlo a un respirador por falta de un intensivista. Con lo último que le quedaba en sus pulmones, intentaron trasladarlo de La Portada, en La Paz, al Hospital del Norte en El Alto. Era padre, esposo, amigo y murió en la desolación. Hace un par de días, otro hombre, algo mayor, murió en las mismas circunstancias, pero su traslado tuvo sentido contrario. Del Hospital del Norte, donde no lo recibieron porque no le habían hecho un test, hacia La Portada. No alcanzaron a bajarlo de la camilla cuando se le acabó el aire. 

En Trinidad, donde se suponía no había enfermos de COVID-19, un mototaxista de 67 años fue internado el viernes 18 de abril en el Hospital Obrero. Recién el lunes, dos días más tarde, lo conectaron al respirador cuando ya se estaba muriendo. El equipo no funcionaba, eso dijeron. No sé su nombre, pero sé que era el sustento de su familia. ¡Que desolación! 

Fanny, 26 años, iba a ser mamá en tres meses más y era enfermara en el hospital de Montero. No llegó a los 27 y murió junto a su hijo. Filomeno Choquehuanca era sargento de Policía, custodio de la cuarentena y ahora está muerto, muerto para su mujer, para sus hijos, para sus padres. En Oruro, un trabajador en salud del Santuario de Quillacas llegó a la capital caminando kilómetros para hacerse atender. El virus lo estaba ahogando. Era el contagiado número nueve del departamento. Tardó seis días en ser admitido en el Hospital Obrero. Tarde para él y sus modestos sueños. 

Todas las noches, el Ministerio de Salud debería mostrarnos la foto, el rostro de la madre, el hijo o el padre que el coronavirus se llevó. Y que nos diga con toda certeza si el sistema de salud hizo todo lo posible por salvarles la vida.



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