Política | 04/01/2024

|ENSAYO|Libertarios que quieren ser liberales|Jorge Patiño|

Foto/EFE

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Brújula Digital|04|01|24|

Especial de Jorge Patiño Sarcinelli

La libertad ha vuelto tan en grande al escenario político de la mano de los libertarios, que la anuncian como si la hubieran acabado de inventar. ¡Viva la libertad, eureka!

Uno de nuestros libertarios, Jaime Dunn, ha publicado un artículo con el provocador título “A que eres liberal y no lo sabes”. Por las razones que expongo abajo, le respondo: “A que crees ser liberal y no lo eres”.

Liberal o libertario

Los libertarios en Bolivia, confundiendo liberal con libertario, han anunciado que su partido se llamará Partido Liberal, como el de Ismael Montes, campeón de la educación fiscal. La confusión quizá se explique por cálculo político, por un problema de identidad incipiente o por las muchas variantes que admiten liberalismo y libertarismo. Unos dicen que los socialistas se han apropiado del término “liberal”, y en revancha los libertarios lo quieren para sí, como si no tuviesen ya su propio apelativo, y tan bonito. Me pregunto qué llamaría el vienés Hayek a un libertario montonero aficionado a la dinamita.

En su artículo, Dunn lista una serie de condiciones que según él caracterizan a un liberal. Si te preocupa “tu integridad física”, “Cuando decides cómo vestirte o qué libro leer”, “cuando eliges entre varias opciones de café”, “si has hecho una donación”, “si te preocupan la corrupción y el populismo”… eres liberal. No es tan fácil; Dunn particulariza lo universal. A todos preocupa la propia integridad y la corrupción ajena. Un comunista y un fascista también quieren decidir cómo vestirse, qué leer y qué fumar. La libertad es un paraguas demasiado grande. No se trata de saber qué hago con mi libertad, sino de cómo organizar la nuestra.

En lo que sigue opondré el liberalismo, como lo entiende por ejemplo Dewey, gran pensador liberal norteamericano, y el libertarismo, digamos a la Hayek, gurú de los libertarios. Otras vertientes hay, claro está, pero quien quiera llamarse liberal deberá declarar su linaje intelectual antes de usurpar la palabra.

Entre esos liberalismo y libertarismo que menciono hay, como mostraré abajo, diferencias conceptuales irreconciliables sobre la justicia social, el papel del Estado, la idea de libertad y la relación entre individuo y colectividad. Estas diferencias deberían hacer reconocer a los libertarios que hay más formas de entender la libertad que la suya y que, aunque no tengamos definiciones únicas, debemos distinguir liberal de libertario.

Justicia social: espejismo o humanismo

Hayek llama la justicia social un “espejismo” y “el más grave peligro para los valores de la civilización libre”, Antonio Saravia dice que es una “aberración” y Milei ha criticado al Papa por defenderla.

En contraste, “el establecimiento del liberalismo se convirtió en un componente clave de la expansión del Estado del bienestar (welfare state)” (Wikipedia) y Kanazawa define el liberalismo como “la preocupación por el bienestar de otras personas no relacionadas genéticamente y la voluntad de contribuir con mayores proporciones de recursos privados para el bienestar de esas personas”; redistribución que rechazan los libertarios.

La indiferencia con la suerte de los desafortunados es el aspecto del libertarismo que más se aparta del sentido humanista del liberalismo. Creer que esta indiferencia se compensa donando ropita vieja al asilo confunde limosnas privadas con políticas públicas.

J.S. Mill, otro gran pensador liberal, se declaraba en algunos aspectos de política económica “decididamente socialista”. Frente a la desigualdad, él creía que “la función del Gobierno era establecer políticas sociales y económicas que promovieran la igualdad de oportunidades”.

En resumen, si eres liberal, crees en alguna forma de justicia social. Si eres libertario, en ninguna.

Estado: enemigo o construcción colectiva

Para los libertarios, el Estado es el archienemigo y el único Estado bueno es el mínimo, que se ocupa de la seguridad, la construcción de carreteras y una que otra cosa más, pero no le compete un papel en organizar el orden social. Para los más radicales, “los impuestos son robos y, por lo tanto, inmorales”.

En contraste, para un liberal, uno de los papeles del Estado, además de proveer ciertos servicios, es crear las condiciones organizadas para que los individuos alcancen su mayor potencial humano; para que –en palabras de Bakunin– “conquisten su humanidad al realizar su libertad”. Para este anarquista, libertad y humanidad crecen de la mano.

Cuando vemos el mamotreto corrupto que tenemos como Gobierno, es fácil olvidar que el Estado surge, al menos conceptualmente, de un contrato social (en el que no creen los libertarios). Es decir, es una creación colectiva destinada a servir objetivos colectivos. Si es ineficiente, corrupto o autoritario, es porque está incumpliendo su mandato por fallas humanas, no de concepto. Pero son esos mismos individuos, chuecos, codiciosos e incapaces que, habiendo producido el mal Gobierno, serán los proveerían bienes y servicios en un sistema libertario.

Es un axioma esperando comprobación que ese sistema, sin control ni regulación y cuyo único desincentivo es el precio de los errores, hará que los malos se vuelvan buenos, se elimine la corrupción y haya desarrollo económico y humano.

Stiglitz le echa agua fría a esa fe en los mercados autorregulados: “el mito de la economía autorregulada está, hoy en día, prácticamente muerto (…). No existe ningún apoyo intelectual respetable para la proposición de que los mercados, por sí mismos, conducen a resultados eficientes y mucho menos equitativos. Cuando la información o los mercados son imperfectos –es decir, esencialmente siempre– existen intervenciones que en principio podrían mejorar la eficiencia de la asignación de recursos. (Hoy reconocemos) la necesidad de que el gobierno juegue un papel mayor en la economía”.

Se puede creer en la economía autorregulada o aceptar el argumento de Stiglitz, pero no ambas cosas a la vez.

Libertad para comerciar o para crecer

Liberales y libertarios defienden las libertades económica, de expresión, de movimiento, etc. Ambos descienden del mismo padre intelectual, Locke. Sin embargo, como recuerda Dewey: “(en) la segunda mitad del siglo XIX surgió la idea de que el Gobierno podía y debía ser un instrumento para asegurar y ampliar las libertades de los individuos”.

La definición clásica de libertad es que eres libre si tus acciones no están sujetas a la voluntad caprichosa de otro. Una persona que vive en su choza en la selva es, según esa definición, completamente libre, ya que nadie interfiere con sus decisiones. Si ese individuo aprende a pescar, a escribir o a meditar, amplía su libertad en lo práctico y en lo espiritual. Ese crecimiento se puede dejar librado a la iniciativa ignorante de ese hombre, que quizá nunca sepa lo que no tiene, o a políticas públicas.

Para Hayek, el individuo es mantra. “Lo que es esencial (…) es que cada individuo sea capaz de actuar sobre la base de sus conocimientos particulares, siempre únicos (…) y que pueda utilizar sus capacidades y oportunidades individuales dentro de los límites que conoce y para sus propios fines individuales”. De lo que se trata, diría un liberal, es justamente de superar los límites que nos aprisionan en lo individual particular.

“El hombre nunca sube más alto que cuando no sabe adónde va”, dice Cromwell citado por Hayek. Es el tipo de paradoja que gusta a los libertarios para expresar su fe en el azar por encima de la inteligencia informada. En la visión libertaria, la sociedad es como una multitud de ciegos que andan a tientas y azarosamente llegan a sus propósitos individuales que no saben bien cuáles son y por serendipia alcanzan un desarrollo colectivo óptimo.

A esta visión de una suma aleatoria de iniciativas exitosas o fracasadas se opone la visión de un Estado que unifica y coordina en busca de objetivos comunes. Dice Dewey: “Solo participando en la inteligencia común y compartiendo el propósito común mientras trabajan por el bien común pueden los seres humanos realizar sus verdaderas individualidades y llegar a ser verdaderamente libres”.

Hayek rechaza esta visión: “Esta reinterpretación de la libertad es particularmente nociva (...), ha llegado a ser ampliamente aceptada como el fundamento de la filosofía política dominante en los círculos liberales. Líderes tan reconocidos de los ‘progresistas’ como John Dewey han difundido una ideología en la que la libertad es poder para hacer cosas concretas”.

El libertario Hayek repudia la filosofía liberal de Dewey. No se puede estar con ambos.

Todo tiene precio en el bazar de la vida

En democracia, la voluntad de la mayoría puede ser una imposición sobre la minoría. Hayek dice: “Debo admitir con franqueza que, si debemos entender por democracia la voluntad sin restricciones de la mayoría, no soy un demócrata”. Un liberal acepta de mejor grado esa voluntad como voz colectiva legítima.

Todo sistema político busca un equilibrio entre lo individual y lo colectivo. Los libertarios se colocan en el extremo de lo individual, donde el mercado, movido por la iniciativa privada y el ansia de lucro de un homo economicus ideal, distribuye fortunas y desgracias. Lucrar o morir es el lema que ordena el funcionamiento del sistema.

“(El) defecto más profundo 9del libertarismo) es que subordina los fines humanos a la lógica de un mecanismo de mercado impersonal”, dice Polyani. Es la máquina infernal del mercado, como la llama. Sin embargo, las personas tienen motivaciones sociales –solidaridad, reciprocidad, posición social, etc.– muchas veces más importantes que el lucro en determinar sus acciones. Este es el individuo real que hará que tengan éxito o fracasen los modelos.

En resumen, se puede creer en los axiomas del libertarismo o soñar con un mundo liberal, ser libertario o liberal, pero no ambas cosas a la vez sin caer en contradicción. Dunn es libertario. Si quiere pasarse al equipo de los liberales, bienvenido, pero tendrá que ponerle otras rayas a su camiseta.



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