Política | 06/12/2023

|CRÓNICA|La última misión del embajador espía |Hernán Terrazas|

Foto/EFE

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Brújula Digital |06|12|23|

Especial de Hernán Terrazas

Cualquier cosa puede pasar en Bolivia, incluso que un embajador de Estados Unidos en realidad sea un espía cubano. Es la primera vez que un diplomático estadounidense que pasó por Bolivia es atrapado por haber trabajado para los compañeros de la LH (aquí debe leerse La Habana, según los códigos utilizados por el agente en cuestión). Y ojo, no se trataba de un representante intrascendente, sino de uno que intervenía constantemente en los asuntos internos de Bolivia, al extremo que en vísperas de un proceso electoral tuvo el atrevimiento de sugerir la orientación del voto, para después desdecirse y dar explicaciones innecesarias a reducidos grupos de periodistas y personajes influyentes del país.

Y es que Manuel Rocha era de los de la línea dura, de esos que llegaban con la instrucción expresa de hacer que se cumpla con las metas de erradicación de coca excedentaria a cualquier precio, no importa si había muertes, largos bloqueos que costaban millones de dólares a los productores y hasta líderes sindicales convertidos en serios prospectos presidenciales. 

Su “excelencia”, el embajador Rocha, quien parecía todo menos “gringo”, era un mandón, a diferencia de antecesores y sucesores que se manejaban con mucho mayor tino y diplomacia. Le gustaba que las cosas se hicieran a su modo y cuando no se hacían era capaz de mostrar su enojo en las reuniones con altas autoridades de gobierno. Representaba muy bien el papel de “halcón”, como se conoce a los miembros de la diplomacia estadounidense que negocian poco e imponen mucho, distintos de las “palomas”, que también imponían, pero con “suavidad”. 

 El embajador de origen colombiano, que pasó por México y Buenos Aires, además de otros cargos en la órbita del departamento de Estado y que, ya en el retiro, aprovechó sus influencias para convertirse en lobista empresarial, fue hábil para no despertar sospechas de nadie durante cuatro décadas de espionaje a favor de Cuba. Es más, hasta se daba el lujo de viajar con frecuencia a La Habana, donde seguramente sostuvo importantes reuniones informativas con sus jefes caribeños. 

Por lo que se sabe, Rocha no era un agente viajero que llevara la “revolución” en la valija diplomática, menos en una época, la de fines de los 90 del siglo pasado, cuando las corrientes de cambio eran impulsadas por las realidades sociales y no por un 007 tropical. Por eso, atribuirle la solitaria responsabilidad de haber influido en el futuro de una candidatura es otra de las muchas maneras de considerar la historia desde una mirada “colonizada”. En su caso, era más importante investigar cuáles iban a ser los siguientes pasos de la inteligencia estadounidense en Cuba antes que promover indirectamente candidaturas de izquierda al sur del Río Bravo. 

Cuando Rocha fue embajador en Bolivia la prudencia no era su fuerte, no solo públicamente, sino mucho más en privado, cuando apostaba al chantaje para persuadir a sus interlocutores. Por lo general era el emisario del miedo, el que hablaba de todo lo malo que podía ocurrir si los políticos bolivianos no se alineaban con los intereses del norte en un período en el que comenzaba a cuestionarse la idea de que el mundo marchaba solo en una dirección, la del capitalismo, y que por lo tanto no había otro punto hacia donde mirar que no fuera Estados Unidos. 

El diplomático vivió el que quizá fue el último período en el que mucho de la política boliviana también se definía en las oficinas del imponente edificio de la embajada en la avenida Arce de La Paz.

No era especialmente brillante y mucho menos carismático, tal vez porque un perfil más bien “gris”, pero autoritario, era suficiente para cumplir con sus tareas, sin dejar innecesariamente abierta una puerta a su intimidad, algo que un espía de su experiencia seguramente debía saber muy bien. De hábitos frugales, Rocha generalmente no bebía en las reuniones sociales porque solía decir que “sin alcohol uno siempre está un paso adelante de los que beben”.

Acostumbrado al poder, a ejercerlo y a codearse con él incluso después de haber transitado hacia un cómodo retiro en Florida, el embajador no se imaginó nunca que alguien le seguía los pasos y que un buen día iba a tener que enfrentar, solitario y ya despojado de soberbia, las incómodas preguntas de un juez para las que ya no tenía una respuesta. Fue su última misión.

BD/RPU



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