Política | 25/11/2023

|OPINIÓN|El Estado de la democracia en la región andina|Gustavo Fernández|

En la lógica del pensamiento de Guillermo O’Donnell, que citan entre sus fuentes, la democracia adquiere plenitud y horizonte en la ciudadanía integral, en la que se suman ciudadanía política, civil y social.

Voto en Ecuador./EFE

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Brújula Digital|25|11|23|

Gustavo Fernández

Los temas de la agenda de este seminario aluden a la ciudadanía política, piedra basal del sistema democrático. Pero no debe ser el único, como lo hacen notar Maxwell Cameron y Paolo Sosa al mencionar otros asuntos, como desigualdad, inclusión y solidaridad en su provocador documento El estado de la democracia en los Andes.

En la lógica del pensamiento de Guillermo O’Donnell, que citan entre sus fuentes, la democracia adquiere plenitud y horizonte en la ciudadanía integral, en la que se suman ciudadanía política, civil y social. Por eso, tal vez para redondear el razonamiento traigo la pregunta del Informe sobre la Democracia en América Latina de 2006. El estudio se preguntaba ¿cuánta pobreza puede soportar la democracia? En fraseo actualizado el interrogante podría decir ¿cuánta exclusión, cuanta desigualdad puede soportar la democracia?

La respuesta no es sencilla, ni mucho menos. 

Pero si el sistema político no puede resolver la contradicción estructural entre capitalismo –que crea riqueza, pero concentra y fractura– y la democracia –que descansa en la inclusión y el pluralismo–, debería proponerse, al menos, encontrar la forma de administrarla, como lo intentó el Estado de bienestar al promediar el siglo XX, sobre los escombros de las Grandes Guerras y la Gran Depresión.

Ese es un primer tema. El segundo se refiere a la necesidad de enmarcar ese debate, esa búsqueda, en el contexto de transformación global.

Cameron y Sosa aducen que el descontento del ciudadano con la democracia y los políticos en los países andinos se explica por el fracaso de las elites y de las instituciones para atender las necesidades de la población, en un contexto de desigualdad, polarización y capacidad estatal limitada. Por eso, concluyen, es necesario reimaginar el contrato social en el que descansa nuestro sistema político.

Me temo que hay que ir más lejos. Reimaginar el propio paradigma de la democracia. Me explico.

El sistema político es una construcción histórica, un producto social. Se tiene que analizar en su entorno, en sus circunstancias, en su contexto. Y el de hoy –desorden, descontento, incertidumbre, agitación, inestabilidad–, es particularmente complejo. Vivimos un momento global de transformación multidimensional, desatado por la revolución tecnológica, que sacude los cimientos de todo. Economía, sociedad, poder, política, medio ambiente, correlación de poder mundial, presencia de nuevos actores, nuevas fuerzas, nuevas tensiones. Todo.

Y allí, está, en medio, la democracia.

Para explicar su teoría de la crisis del paradigma –desarrollada en The Structure of cientific revolutions–, Thomas Kuhn tomó como ejemplo el alumbramiento de la democracia en la sala de partos de la revolución industrial y en la Revolución francesa. El mundo estaba, como hoy, patas arriba. De allí concluyó que, cuando un paradigma es insuficiente, inapropiado, inaplicable, entra en crisis y la sociedad se desordena, desconcierta. Entonces la crisis se resuelve por un nuevo paradigma, una nueva forma de resolver los problemas y avanzar. Su tesis, por cierto, recuerda mucho la dialéctica hegeliana que estudié en mi lejana juventud.

Creo que podemos convenir que, en 2023, el paradigma democrático está amenazado. Y que cada vez son mayores las señales de que está cuestionado, en el fondo, no solo en la forma. Debemos asumir que ese cuadro global –proceso histórico, punto de inflexión– empeorará, antes de mejorar. Se agravará, antes de ceder.

Esta vez sí parece ser la hora de crisis, de cambio de época, que los profetas anuncian hace tiempo. El documento de Cameron y Sosa ratifica esa hipótesis con numerosos elementos de prueba.

Por eso me atrevo pensar que tenemos que encontrar respuesta a nuevas preguntas: ¿El paradigma democrático-liberal sobrevivirá los cambios globales?

Dicho de otra manera, ¿la transformación global inducirá cambios en el paradigma democrático liberal?

Como no hay respuestas simples a problemas complejos, tendremos que prepararnos para una larga jornada de reflexión y lucha, antes de encontrarla.

El caso de Bolivia

Mientras eso ocurre, estamos obligados a concentrar nuestra atención y tiempo en la administración de los problemas concretos. Los de hoy, en nuestros países.

Causas y síntomas son parecidos, pero cada nación tiene sus particularidades. Por eso deseo analizar la situación de Bolivia, a vuelo de pájaro. Un estudio Delphi, de la Fundación Friedrich Ebert, de marzo y una encuesta de Jubileo, de septiembre, ambas de este año, me servirán para reforzar mis argumentos.

Es otro país. El mismo, pero fundamentalmente distinto, con cambios estructurales madurados en medio siglo. La de hoy es una sociedad urbana, de clases medias, de economía de mercado. Con nuevas aspiraciones, expectativas. Con un sistema en el que el voto es la condición de legitimidad. Tanto, que se lo manipula, se recurre al fraude para ganar o aparentar legitimidad.

A las puertas de las elecciones de 2025 me atrevería a señalar las prioridades políticas del país y los temas que dominarán el debate.

1.- La inclusión social y el cambio de elites son hechos consolidados. No se revertirán. Así piensa el 58% de los encuestados por Jubileo cuando responde que los indígenas, pueblos originarios tienen las mismas oportunidades de participar en política y ejercer cargos públicos y el 50% que subraya los importantes avances que ha alcanzado la participación de las mujeres en la vida pública.

2.- La presencia protagónica de nuevos polos de poder económico, social y político. Uno, en El Alto, en el altiplano andino y otro, en Santa Cruz, en las tierras bajas y tropicales del oriente. La posibilidad de confrontación y ruptura de esos núcleos –que dominó los medios hace más de una década– no ha desaparecido, pero su intensidad disminuye.

3.- La principal, la necesidad de encontrar respuesta a la ecuación democracia-inclusión, pendiente, irresuelta, desde que derrotamos a las dictaduras militares. Por cierto, se trata de una dicotomía falsa. Democfacia e inclusión, no son excluyentes. Se complementan, se retro activan, se enriquecen mutuamente.

Entre 1980 y 2000, por la vía de la concertación democrática, ganamos libertad, pluralidad, intentamos construir un Estado de Derecho. Pero fallamos en inclusión, en reconocer la identidad y la fuerza cultural de una parte sustantiva de la nacionalidad, con razones para sentirse ninguneada, postergada y disminuida.

En la fase que comenzó en 2000 se ganó en inclusión, pero se perdió en libertad. Se concentró el poder y se dañó el Estado de Derecho, el imperio de la ley, para todos. Esa es la opinión de los ciudadanos encuestados por Jubileo. Los derechos humanos (67%) y la libertad de expresión (61%) no están plenamente garantizados; el gobierno no respeta la constitución y la ley (66%). La corrupción política no se sanciona drásticamente (72%); la lucha contra el narcotráfico no es efectiva (70%); el sistema judicial y la policía no son confiables (77%).

Por cierto, el trasfondo económico cuenta y mucho en el desenlace de ese proceso. Ahora está en medio de una transición complicada entre el ciclo del gas –que queda atrás– y el del litio, que puede llegar. Entretanto se desacelera, mueve los índices hacia abajo y levanta preguntas sobre el futuro.

Desafíos

Le tocará a Bolivia enfrentar esos desafíos en un campo de juego sustantivamente distinto. Comenzó el paso un sistema de partido dominante a otro sistema, plural, fragmentado, consecuencia de la división, al parecer irreparable, del MAS.

Ese giro es la culminación natural del proceso de desgaste de un movimiento político, por cambio de contexto, desgaste, errores, ambiciones o expectativas encontradas en el liderato. Para no ir más lejos, el MNR vivió un proceso semejante, en 1964. La oposición está dividida, como siempre. El 83% de los entrevistados en el estudio de la Fundación Ebert, encuentra improbable esa unidad.

La historia tiene el hábito de retornar, con otras expresiones y grados. Pero vuelve. Es la mejor maestra, pero apenas tiene alumnos, en la expresión de Gramsci.

De esa forma, se abre el tránsito de un régimen jerárquico, de poder concentrado en el caudillo, a otro con varios centros de poder, territorial y político.

Estas transiciones son turbulentas, desordenadas, conflictivas. Así se percibe esa posibilidad en el estudio Delphi mencionado. El 84% está preocupada por la conflictividad que siente próxima. Identifica los puntos de fricción en la relación de Santa Cruz con el gobierno; la interpretación fraude-golpe de los acontecimientos de 2019; las visiones diferentes sobre democracia; la candidatura de Evo Morales y la persistencia de racismo y discriminación, en ese orden.

Pero, a pesar de todo, es optimista. El 62% encuentra que, aún polarizado, el país podrá resolver pacíficamente sus diferencias.

Hay algo más. En la encuesta de Jubileo, el 70% de los ciudadanos concuerda que los partidos políticos y sus líderes necesitan una renovación. Tal vez la pregunta haya quedado corta. Se necesitan no solo lideratos nuevos, sino proyectos diferentes. La sociedad y el mundo han cambiado mucho como para trabajar con los viejos paradigmas, con arreglos superficiales, con una capa de pintura.

Es que eso es, al fin, la democracia. Diálogo, concertación, ánimo de encuentro. Cambio, transformación constante. Con aciertos y errores. Y exige coraje, creatividad y perseverancia.

Discurso leído por Gustavo Fernández en un seminario regional de IDEA, Lima, Perú.



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