Política | 11/10/2023

|OPINIÓN| De liberales, libertarios y libertinos |Erick San Miguel R.|

El candidato a la presidencia de Argentina, Javier Milei

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Brújula Digital |11|10|23|

Desde hace algún tiempo han aparecido políticos que se reclaman como “liberales”. Además, utilizan el adjetivo “libertario” como si fuera sinónimo. Lo cierto es que la palabra LIBERTAD es de una gran complejidad, por lo que el adjetivo “libre” es insuficiente para designar ideas más complejas.

En el Derecho Romano, por ejemplo, a los esclavos manumitidos no se les llamaba libres, sino “libertos”. En los albores de la Modernidad aparece en Francia el término libertino, que no tenía necesariamente el sentido peyorativo que tiene hoy. Los libertinos eran librepensadores en el más estricto sentido, pero también hedonistas, que escandalizaban a la sociedad, desafiando las convenciones sociales y la moral cristiana imperante. Un ejemplo de este movimiento es la novela de Laclos “Relaciones peligrosas”, que fue llevada a la pantalla grande.

En tanto que la palabra “libertario” apareció en el siglo XIX, no en las corrientes liberales, sino - ¡horror! – en el movimiento socialista. Efectivamente, en el seno de la Asociación Internacional del Trabajo (I Internacional), se enfrentaron dos tendencias; una por Marx y la otra, por Bakunin. Ambas se reclamaban comunistas, ambas estaban de acuerdo con la revolución social y con derribar a la burguesía, pero los anarquistas (seguidores de Bakunin) acusaron a los otros de “autoritarios”, y se llamaron a sí mismos “libertarios”. Años más tarde, Kropotkin, otro anarquista ruso, acuñó el término “anarco-comunismo”; y, en el siglo XX, después de las grandiosas revueltas de mayo del 68, Daniel Guérin propuso un “marxismo libertario”, es decir, una fusión entre marxismo y anarquismo. En síntesis: libertario es sinónimo de anarquista.

Finalmente, la palabra “liberal” es la que tiene mayor fuste teórico, ya que hay un gran desarrollo de ideas que lo respalda, forjadas entre los siglos XVII al XIX. El ideario liberal cumplió un papel revolucionario en la historia: deshizo la creencia en la providencia y la fatalidad; abolió los privilegios feudales e instauró la igualdad de todos ante la ley; limitó la autoridad del Estado en favor de las libertades individuales, especialmente las de comercio y de empresa; exigió que sólo la autoridad que tiene el consentimiento del pueblo es una autoridad legítima; proclamó la separación del Estado y la Iglesia, etcétera.

Pero el liberalismo no sólo que no resolvió, sino que profundizó las diferencias sociales. Y en términos políticos instauró una “democracia” basada en el voto censitario, ya que consideraba que sólo los propietarios son hombres libres. Florecieron entonces las corrientes socialistas, denunciando que el individualismo y el egoísmo beneficiaban a unos cuantos en detrimento de las masas desposeídas. Su influencia fue tan grande que en esferas tradicionalmente conservadoras – como la religión y el derecho – permearon estas preocupaciones. Así, la Iglesia católica con la famosa Encíclica Rerum Novarum; y, en el ámbito jurídico, el jurista León Duguit, que liquidó la autonomía de la voluntad e introdujo el principio de la solidaridad. El liberalismo entró en crisis, en una crisis terminal. En 1919, al final de la I Guerra Mundial, la Constitución de Weimar le puso los santos óleos al establecer en un artículo que la organización económica debería regirse por el principio de la justicia social. Y el mismo año el Tratado de Versalles le extendió su certificado de defunción al crear la O.I.T. El liberalismo fue borrado del mapa en los años 20. Si quedó algún despojo insepulto, éste fue enterrado con la crisis del 29, y con la política del New Deal, implantada por Roosevelt en los Estados Unidos, el jardín del Edén del liberalismo.

Todo lo que viene a continuación no es, pues, liberalismo, sino neo-liberalismo. Una doctrina política, económica y jurídica que tiene – como toda doctrina – a sus grandes teóricos. Por razones de espacio, sólo nombraremos a dos: los austriacos Ludwig von Misses y su alumno Friedrich Hayek. En la monumental “Historia de la Teoría Política”, obra académica en lengua castellana, dirigida por Fernando Vallespín, estos autores y otros más, aparecen en dos capítulos en el volumen 6 bajo el siguiente rótulo “El neoliberalismo”. Pero las políticas del neoliberalismo han sido nefastas, en particular en países del tercer mundo, como Bolivia, porque han significado liquidación de las empresas estratégicas, desempleo, aumento de la miseria y corrupción.

Por ello los políticos neo-liberales de hoy se ocultan bajo el término “liberal” o, peor aún, “libertario”. Es el caso de Javier Milei en la Argentina, que ha fundado el Partido Libertario, que es en realidad un partido neo-liberal, que no hereda ninguna de las tradiciones del liberalismo mencionadas anteriormente, sino más bien que se nutre de un engendro teórico de la segunda mitad del siglo XX llamado “anarco-capitalismo”, con un discurso neo conservador: así, proclama la libertad, pero se opone al aborto; es ferviente católico (Locke y Voltaire fruncirían el ceño). Escuchar un discurso de Milei no rememora los razonados debates parlamentarios de la Cámara de los Comunes, sino más bien las nerviosas arengas de los líderes del nacionalsocialismo alemán de los años 30; y verlo corretear con una motosierra encendida por las avenidas de Buenos Aires, emulando a Leatherface, de la película “La Masacre de Texas” (lo que le saca más de un suspiro a Ronald Mac Lean), no es la buena nueva de progreso y bonanza, sino el anuncio del triunfo de la estulticia sobre la razón.

En Bolivia la prensa anuncia la fundación de un Partido Liberal (al leer la noticia pensé que estaba en 1883). Ya habrá ocasión para ocuparnos de ello...  



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