Política | 21/04/2022

OPINIÓN| Mestizo, la palabra prohibida en el proyecto fascista del MAS

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Amalia Pando / Cabildeo Digital |21|04|22|

“Nosotros somos pueblo indígena originario campesino, tenemos la mayor parte de la población con esa identificación”, dijo la ministra de Planificación, Gabriela Mendoza que no tiene nada de indígena originaria ni campesina y que más bien, posiblemente, sea descendiente de Don Alonso de Mendoza, fundador español de La Paz. 

Esa es la razón, el “nosotros somos... “porqué en la boleta del próximo censo nacional no aparecerá un cuadro con la opción mestizo. 

Si efectivamente los mestizos fueran una minoría del Estado Plurinacional, con mayor razón deberían visualizarse en los resultados del censo, porque de eso se trata. Sería bueno saber además de los 36 pueblos originarios, cuántos son los descendientes de japonés, menonitas, hebreos, libaneses, y tantos otros. 

Pero, al margen de las particularidades culturales, todo somos bolivianos con los mismos derechos y obligaciones. Pero esta visión democrática y constitucional no es la del MAS. Quieren quedarse en el poder por siempre usando de pretexto el sufrimiento pasado de los indígenas originarios y campesinos y sus virtudes étnicas inventadas, como poseer “una reserva moral”. De ahí que Choquehuanca se lanza contra los profesionales a quienes califica de flojos y ladrones, porque supone que entre los originarios no hay flojos ni ladrones. 

Renzo Abruzzese, en una nota titulada “Yo, mestizo” cita los resultados de los últimos censos. En 2001 el 62 % se auto identificó como indígena, en 2012, 11 años después, ese porcentaje bajó al 42 %.  ¡Horror! Perdieron la mayoría. 

¿Qué importancia puede tener esto?  Renzo responde que se trata de anular los derechos de una parte importante de la población “para que no ejerzan una representación social y menos ejercer el poder”. 

“Los resultados del censo podrían echar por la borda un proyecto de estado de naturaleza racista y discriminante. No se trata, en suma, de una categoría demográfica se trata de un dispositivo político ideológico.” 

En otras palabras, un Estado fascista, que, a nombre de los indígenas originarios y campesinos, quiere someter o eliminar al resto, a los que se dicen mestizos y que son aquellos que en las ciudades hacen oposición al régimen.  

A través del censo los mestizos serán eliminados de la faz de Bolivia. Para el ideológico del neo fascismo, García Linera, citado por Renzo, hay bolivianos aymaras, bolivianos quechuas, bolivianos guaraníes y los otros son simplemente bolivianos. Y la conclusión política es que los “simplemente bolivianos”, son los enemigos. 

Para los enemigos no hay democracia ni justicia ni trabajo. Están montando un régimen fascista, iluminados por Putin cuya carnicería en Ucrania defienden y a quién pronto le entregaran el litio de Uyuni. 

Como en Rusia y Venezuela, los crímenes judiciales continuarán. Ya mataron a Marco Antonio Aramayo, su antecesor en el cadalso fue José María Bacovic, y en la larga fila de los condenados están Elvira Parra también del caso Fondioc con 180 procesos y siete años de reclusión indebida, Jeanine Añez y 50 más. 

Nada hicimos por salvar la vida de Aramayo, tal vez todavía hay tiempo para los demás. Lo que nos falta es aumentar el número de bolivianos ucranianos, los que luchan sin tregua para defender su patria. 

A propósito del fascismo que se propaga en Latinoamérica les recomiendo este artículo, de Carlos Granés, publicado en El Espectador de Bogotá. 

La sintomatología del fascismo

Por: Carlos Granés | 

De usarlas tan alocadamente, ocurrió lo que tenía que ocurrir: las palabras “facha” y “nazi” perdieron su significado y hoy son el insulto fácil con el que cualquiera intenta marcar distancia con aquello que detesta. Eso podría no ser grave si el fascismo, como se creyó durante un tiempo, fuera una antigualla de la primera mitad del siglo XX, derrotado y condenado al olvido. Lamentablemente no es así. El fascismo no es un fenómeno circunscrito a un período histórico ni a un par de países, ni es la excéntrica nostalgia de grupos ultraderechistas. El fascismo es un impulso o una forma de entender el mundo que puede aparecer en cualquier lugar y en cualquier momento, que más nos vale entender y detectar.

Eso, claro, no es del todo fácil porque el fascismo en sus orígenes fue un sistema contradictorio. Digamos que la indefinición fue una de sus fortalezas adaptativas. Mussolini era ateo y pactaba con la Iglesia, era revolucionario y se vendía como antídoto a la revolución, sentía fascinación por la tecnología moderna y odiaba la modernidad, aborrecía el capitalismo pero podía convertir a sus partidarios en la nueva élite económica del país. Esa es la cuestión: el fascismo improvisa, seduce y amedrenta, todo con tal de permanecer en el poder. Y aunque es estratégicamente camaleónico y resbaladizo, hay síntomas reconocibles que indican su emergencia.

Uno de ellos, quizás el principal, es la perpetua sensación de humillación y ultraje. El fascista tiene una clara consciencia de que su vida no es lo que podría ser porque alguien ha frustrado sus anhelos, lo que su patria, su raza o su voluntad le tenían reservado. Las metáforas fascistas hablan siempre de heridas que no cierran, de victorias mutiladas o de capitulaciones humillantes. Y son siempre los otros, por lo general las potencias extranjeras, las élites tradicionales, los inmigrantes, los judíos o los traidores internos los culpables de la degradación nacional. Pudiendo ser una potencia, la nación no lo es debido a la indignidad y al efecto disolvente de sus enemigos.

El fascista pide por eso uniformidad y nacionalización de la masa. Detesta al hereje porque no se suma al esfuerzo colectivo y porque con su individualismo directa o indirectamente sirve a los intereses extranjeros. Contra estos elementos antagónicos cabe el recurso a la violencia y su uso se justificará apelando al mito y a los héroes vernáculos que en el pasado hicieron lo que ahora hace el fascista: defender la patria de los invasores. El fascista ve en la violencia y en el terror de la masa armas políticas no sólo legítimas, sino tremendamente útiles.

El fascista sentirá apego por la pureza ancestral de la raza, la etnia o la cultura, y odiará toda forma de contaminación e internacionalización de las costumbres. Creerá en el líder redentor, en los gremios y en el pueblo, pero desde luego no en el individuo y mucho menos en la pluralidad de un parlamento. El individuo, para él, no existe o es un mero epifenómeno de la colectividad. Su identidad se la da la nación y por eso deberá subordinarse al liderazgo que encarna la voz o el sentimiento del pueblo. Todos estos rasgos, lamentablemente, no son cosa del pasado. Hoy vuelven a palpitar y a insinuarse en cada esquina de Occidente. Basta con estar atentos para percibirlos.

BD



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