Política | 10/03/2022

Carlos Malamud: Muchos buscan utilizar la historia en beneficio político

Entrevistado por el cientista político y analista Diego Ayo, Carlos Malamud critica los populismos de la región y agrega que la integración latinoamericana “es posible”, aunque en el momento actual se presenten muchas dificultades para ello. Malamud es un reconocido catedrático y escritor.

Carlos Malamud es un afamado profesor e historiador argentino.

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Diego Ayo / Brújula Digital

|10|03|22|


El afamado profesor e historiador argentino Carlos Malamud asegura que el uso político del libertador Simón Bolívar “no es patrimonio del chavismo”. Explica que en la historia de Venezuela, “al día siguiente de morir el Libertador, se lo usaba ya con fines políticos. Todos los dictadores venezolanos estuvieron a la cabeza de este intento y sólo en el podio final, el presidente Chávez”.

Malamud critica los populismos de la región y señala que la integración latinoamericana “es posible” aunque en el momento actual se presenten muchas dificultades para ello.

El entrevistado, nacido en Buenos Aires en 1951, es catedrático de historia de América en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) e investigador principal del Real Instituto Elcano. Miembro de la Academia Nacional de la Historia de Argentina, en 2015 fue seleccionado por Esglobal como uno de los “50 intelectuales iberoamericanos más influyentes”.

Entre sus obras caben destacar: Populismos latinoamericanos. Los tópicos de ayer, de hoy y de siempre; Sin marina, sin tesoro y casi sin soldados; La financiación de la reconquista de América, 1810-1826; e Historia de América.

DIEGO AYO (DA): He disfrutado enormemente la lectura de su libro El sueño de Bolívar y la manipulación bolivariana. Lo felicito. Usted da inicio a su reflexión recordándonos aquella obsesión chavista por el pasado. La gente venezolana más familiarizada con los viajes aéreos del Libertador de hace casi dos siglos, la novelesca tesis sobre su despiadado crimen a cargo de las oligarquías y su alimentación a base de sancochos de gallina del siglo XIX. Los asiáticos ven el futuro, nosotros vemos compulsivamente hacia atrás.

CARLOS MALAMUD (CM): Sí, es cierto. Hay una mirada hacia atrás constante con el ánimo de utilizar la historia en beneficio político. Es decir, como se dice en el título o subtítulo del libro, hay un intento de manipulación de la historia. Se la quiere falsificar y, en este sentido, lo que vemos es una motivación política. Ahora, ¿por qué esa manipulación de la historia? Cabe decir que esta idea de usar políticamente a Bolívar no es patrimonio del chavismo. En la historia de Venezuela, al día siguiente de morir el Libertador, se lo usaba ya con fines políticos. Todos los dictadores venezolanos estuvieron a la cabeza de este intento y sólo en el podio final el presidente Chávez. No es algo original. Ya Germán Guerrero Vargas, un prestigioso historiador venezolano, denominó “el culto a Bolívar”. Un culto laico que desembocó en una religión, donde el Jesucristo de esa religión es precisamente este ilustre ciudadano.

DA: Me hace recuerdo a Henry Kamen, este escritor hispanista británico, quien en su libro La invención de España dice que el relato histórico es exactamente como usted lo analiza: ¡plagado de mentiras! Nunca nadie ha llegado a exponer el cadáver de Bolívar y, aún así, hablamos de él día y noche, incluso ¡lo hicimos pasear por todo Venezuela! Es una cosa que está más allá de la norma…

CM: Es tragicómico. Recuerdo el acto público mediático en el que una comisión especializada abrió el sarcófago donde estaban enterrados los restos del militar del siglo XIX, extrajeron el cuerpo mirándolo atónitos. Todos vestidos con equipamiento de protección individual, asemejándose más a un batallón de ensayos antinucleares que a otra cosa. Y el espectáculo fue transmitido en directo por el propio Chávez como si fuera un partido de fútbol. El realce fue impresionante. ¿Qué fue lo más interesante? El líder populista necesitaba mimetizarse en la figura de Bolívar.

Hay un biógrafo del caudillo venezolano que pone en su boca un gran dicho referido al golpe del 4 de febrero de 1992: “Bolívar y yo, por el interés de la patria, dimos ese golpe”. Imagínese: ¡el Libertador hubiera sido un colaborador de aquel golpe militar contra el presidente Carlos Andrés Pérez! Pero no fue sólo ese intento de mimetización.

No, lo que hubo y sigue vigente es un claro proyecto de deconstrucción de la figura del caraqueño. Un esfuerzo por comprender el pensamiento bolivariano y subordinarlo a su deconstrucción en la figura del teniente coronel Chávez. Esto se ejemplifica con el hecho de que se cambia radicalmente el rostro del mandatario de este milenio. ¿Se imagina? Se pone en circulación una nueva imagen del Libertador. Un Bolívar mestizo y ¡mulato!, más parecido al líder del Movimiento Quinta República que al emancipador hispanoamericano de origen oligárquico con raíces vascas.

Este último tiene ese árbol genealógico proveniente de Vizcaya en el País Vasco. ¿Qué sucede con este europeo de clase alta? Se sumerge en el regazo de la sociedad venezolana comprendiendo a sus miembros más humildes y fusionándose con ellos, aquellos venezolanos de clase baja, ¡“la gente del pueblo”!

Asimismo, la comparación entre el proceso de integración europeo y latinoamericano no me gusta demasiado. Provoca melancolía y eso nunca es bueno. Sin embargo, ambos emanan de la Segunda Guerra Mundial. Son hijos de esta inmensa gesta. Pero lo padres fundadores en Europa son políticos, economistas, abogados como Winston Churchill, Konrad Adenauer, Robert Schuman o Jean Monnet. Son los integradores de Europa y brillaron de la década del 40 a la del 60. ¿Y en nuestro continente? Se presenta como a los verdaderos impulsores de la integración latinoamericana a Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Sandino, Fidel Castro y/o al Che Guevara. No hay duda que el anclaje con el pasado también pesa en esta porción del planeta. Sin embargo, en vez de políticos, economistas y abogados, lo que tenemos son héroes revestidos de espadas. Y bueno, así es como estamos ¿no?.

DA: ¡Así es como estamos! Al respecto recuerdo al fascinante historiador Loris Zanatta…

CM: ¡Es un excelente historiador! Tiene un sensacional libro sobre Fidel Castro.

DA: Exacto. Fidel Castro como el religioso, no como el comunista.

CM: Ese mismo.

DA: He leído el libro de Zanatta sobre la historia de América Latina. De la colonia al siglo XXI. Este sensacional historiador nos cuenta algo tan simple como truculento que podemos constatar a lo largo del tiempo: nacimos como países proveedores de materias primas y aunque ponderemos el ideario integracionista, jamás hemos pasado de exportar más del 15% de nuestro comercio a los países del bloque americano. ¿Por qué tan poco si Europa o Asia bordean el 70 u 80% de exportación entre sus propios países?

CM: Voy a discrepar un poco con mi amigo Loris: América, o lo que fue el continente americano, no nació únicamente como exportador de materias primas. El peso de las materias primas en la matriz exportadora es muy elevado. Pero yo no me ceñiría sólo a esa constatación. Creo que hay más para analizar. Hay otro dato de Loris que usted reproduce: el bajísimo nivel del comercio internacional en América Latina. Esta tesis tiene que ver con los bajos niveles de integración. Aquello no se debe a que solo exportemos materias primas, eso se debe a los bajos niveles de integración y, sobre todo, a las innumerables barreras físicas y, tantas otras no físicas, que separan a unos países de otros.

Yo siempre digo que la integración regional enfrenta tres grandes obstáculos: dos por exceso y uno por déficit. Esto es muy simplificador, pero creo que es válido. Uno de los excesos es el de la retórica. Es una costumbre del realismo mágico que afirma que todo es arreglable. ¡Todo es opinable! Y, claro, una solución tan simple está y debe estar en ¡manos del Presidente!

El otro exceso es el nacionalismo. Y me refiero al proceso de formación de las entidades nacionales en América Latina. Este proceso tuvo dos pasos vinculados estrechamente el uno con el otro. Primer paso, cuando comenzaron las guerras de independencia, los españoles americanos solo querían ser americanos y dejar de ser españoles.

Ese es un proceso traumático que, en términos freudianos, podría describirse como matar al padre. Un segundo paso se refiere no ya a la identidad americana común a todos aquellos que formaban parte del imperio español, sino a una identidad que tiene que ver con las nuevas unidades territoriales y políticas que se estaban conformando: los futuros países. Por lo tanto, yo me voy a reconocer como argentino en contra de los chilenos, colombiano en contra de los venezolanos, ecuatoriano en contra de los peruanos, y así sucesivamente.

Fue ese exceso de nacionalismo el que impidió ceder cuotas de soberanía a instancias supranacionales, sin las que resulta difícil avanzar en ningún proceso de integración regional. Ese exceso de nacionalismo logra que las fronteras y las aduanas sean líneas muy rígidas dificultando el comercio entre países. Paradójicamente, resulta(ba) más fácil comerciar con un país de fuera de América Latina que atestiguar el comercio entre los países latinoamericanos. Un ejemplo, hoy felizmente superado, pero que en los años 60 y 70 tenía una vigencia muy importante, fue el mercado del libro. Era más fácil en cualquier país latinoamericano encontrar libros españoles, que encontrar en Argentina un libro boliviano, peruano, brasileño o de donde fuere. O, por ejemplo, en algunos países de América es más fácil volar a Estados Unidos o a España que al país vecino, o por lo menos hay muchos más vuelos, e incluso muchas veces sale más barato.

DA: ¿Y el déficit?

Exactamente, a esos dos excesos, le agregaría el déficit. ¿Cuál? El déficit de liderazgo. Ninguno de los dos países más grandes de la región, Brasil o México, quiere asumir ese liderazgo. Hacerlo tendría un coste que no quieren pagar. Quién quiso asumir ese liderazgo y estaba dispuesto a pagar ese precio fue Hugo Chávez con su proyecto bolivariano. Muchos países no quisieron seguirlo, algunos de forma clara, como Colombia, México o Perú, y otros países de forma menos clara, como el caso de Brasil. Lula tenía muy claro que necesitaba al militar caribeño para mantener controlado el vecindario, pero tampoco estaba dispuesto a hacer demasiadas concesiones al proyecto chavista.

Esto lo vimos, por ejemplo, con el famoso proyecto del Banco del Sur, uno de cuyos objetivos, según el expresidente Evo Morales, fue poner en circulación la Pachamama, una moneda regional con ese temple unificador. Quedó en puro proyecto. La otra moneda subregional fue impulsada por el economista presidente Correa desde el Ecuador, quién quiso poner en circulación el Sucre, “el sistema unificado de circulación”. Tampoco tuvo un mejor desempeño. El problema con la integración regional en América Latina, pues, es que fue tan sólo testimonial.

Los llamados a construir la “Patria Grande” son constantes. Hay una especie de consenso generalizado en torno a las grandes ventajas que aportaría la integración regional y, sin embargo, los pasos que se dan en esa dirección son siempre limitados. Lo vimos, ahora último, en el tema de las vacunas. No hubo ningún intento por coordinar políticas para comprar vacunas, para planificar experimentos ¡para nada!

DA:Verdad. En ese sentido, es fundamental concluir con un internacionalista de prestigio, Andrés Malamud. Imagino que lo conoce.

CM: Es un crack y siempre decimos que somos primos.

DA: Ah, ¿no son primos?

CM: Probablemente sí. Mi familia y la suya salieron del mismo pueblo de Ucrania, la mía en 1888, la de él en 1907. Pero allá en los tiempos lejanos debimos ser parientes. El problema es que con el paso de los zares, Stalin y Hitler no quedo ningún papel que pudiera avalar este parentesco.

DA: En todo caso, Andrés Malamud dice que el asunto no tiene que ver con buena o mala voluntad, sino con la cercanía que podamos tener con los países desarrollados. Corea del Sur crece pues está al lado de Japón, México tiene una gigantesca frontera con Estados Unidos y/o finalmente África va a seguir entrando a Europa. Latinoamérica se va quedar sola. Esa es su tesis a grandes rasgos.

CM: Si se va a quedar solita es porque los latinoamericanos quieren quedarse solos. Prefieren bailar la cumbia y el reguetón solitos.

DA: Usted está en acuerdo con Bolívar entonces. ¡Podemos integrarnos!

CM: Vamos a ver, yo creo que la integración es deseable. ¿Es posible? Creo que sí, aunque en este momento no parece el más propicio. La fragmentación que existe en América Latina y su inmensa carga ideológica hacen difícil creer en una unidad. Sin embargo, empieza a suceder.

Las fracturas que sufrió Estados Unidos durante la crisis de 2008 y recientemente por la pandemia se están retrayendo y el panorama se viene reconfigurando: muchas de las industrias que se relocalizaron en China están volviendo. Sabemos que resultaba más rentable trabajar en ese inmenso país, la mano de obra era más barata y se podía acceder a un mercado gigantesco. Hoy están volviendo a Estados Unidos o buscando otras localizaciones próximas donde funcionar. América Latina tendría, pues, una oportunidad importante de cambiar su matriz productiva, sumarse a esta revolución digital en marcha, vincularse al cambio de matriz energética y unirse al desarrollo de energías renovables. Son mecanismos que permitirían cambiar esa orientación tradicional hacia adentro en forma verdaderamente ¡autista! No está claro que vaya a producirse, ni lo está que los países quieran transitar por ese camino.

DA: Interesante, no sé cuán convincente pueda ser, pero no deja de ser interesante soñarlo. Sin embargo, parece un ferviente deseo con pocas posibilidades de tener éxito. No es lo que sucedió con Estados Unidos o Brasil. Ahí si hubo unión. Dígame, ¿por qué Brasil y Estados Unidos lograron unirse como bloques territoriales desplegados en la América y nosotros terminamos despatarrando la unidad?

CM: Vamos a ver. Estados Unidos se configura como una nación independiente en 1776. Las colonias que se suman a ese proyecto son 13. El territorio que ocupan en comparación con lo que hoy es Estados Unidos es bastante limitado y, sobre todo, es un territorio relativamente homogéneo en términos económicos. Al mismo tiempo, las élites, las oligarquías regionales y aquellas internacionales de esas colonias podían ser más o menos poderosas, pero tampoco lo eran demasiado. Podían encontrarse y lo hicieron. El país se comenzó a expandir y a crecer a toda costa. Se fagocitaron a los desparramados vecinos o a las tierras indígenas.

Sin embargo, no fue lo más relevante. Lo más relevante es que a lo largo de este avance, las matrices del país, aquella institucional y aquella política, se fueron formando. Si bien el sistema era federal, se reconocía como una entidad importante con capacidad de agregar esos variados territorios. El caso de Brasil es distinto. Este probable país era una suerte o una colección de ciudades-islas ubicadas sobre la costa atlántica con escasa conexión entre sí. Tenían más conexión con la metrópoli, Lisboa. Comunicarse con Portugal era más simple que hacerlo con Río o Bahía.

DA: Correcto.

CM: Y luego hay otro hecho: cuando la corte portuguesa se traslada a Brasil, la metrópoli se instala en la colonia. Brasil se erige como el imperio. Visualizamos proyectos secesionistas en el gigantesco vecino sudamericano, aunque fueron escasos. La razón es contundente: la metrópoli se constituyó en la cabeza más rígida y notoria del imperio. Río de Janeiro, pues, contaba con un poder político descollante, aunque no exclusivo. Cabe destacar, del mismo modo, el inmenso poder simbólico del que carecía cualquier entidad política latinoamericana. Sintetizando, podemos estar seguros de que no existió esta figura: el rey con la facultad de garantizar la unidad imperial desde el propio Brasil. No sucedió lo propio en nuestra América. La unidad de la América española había existido hasta 1810. Sin embargo, esa unidad saltó por los aires con la independencia. ¿Qué ocurrió? El imperio era inmenso, la diversidad en la orientación productiva en los circuitos comerciales colosal y la geografía múltiple. ¿Cómo unir un territorio tan variado?

Sepamos que el proceso que dio lugar a la emergencia de nuevos países fue resultante de los variados choques que tuvieron lugar entre las diversas élites regionales. Los vencedores dieron pie a la conformación de los países que hoy conocemos. Los perdedores fracasaron, quedando enmarcados en libros de historia o perdiéndose en el olvido. ¿A qué eventos me refiero? Al proceso de construcción de la Gran Colombia que fracasó, la Confederación Centroamericana corrió la misma suerte, la Confederación Perú-Boliviana tan sólo duró de 1836 a 1839, el proyecto de Artigas, que suponía formar un país con Uruguay, Paraguay y algún territorio de la actual Argentina, tampoco cuajó. Del lado peruano tuvimos el Proyecto del Sur Andino, alentado por Arequipa, ciudad partidaria de vincularse con Bolivia incluyendo al Cuzco y demás territorios. Mientras que las oligarquías del norte del Perú fueron reacias a unirse a Bolivia, otras optaron por formar un territorio unido. En fin, no estaba escrito en ningún lugar qué países emergerían de la independencia.

DA:Excelente. Y como bien lo describe usted, el rasgo más notorio fue la aparición de naciones. Y, sin embargo, hoy ya no parece ser “el tiempo de las naciones”.  Las naciones están débiles. Como documenta el profesor de Cambridge, Jeremy Green, en su libro ¿Is Globalization Over?, la globalización ya ha modificado la historia del planeta. Estamos en un punto de inflexión para seguir avanzando, algo que se resume en la necesidad de estancarnos bajo el molde de nación o poner la mirada en el horizonte de integración como la llave maestra de nuestro destino. Llama pues la atención: la conclusión clara y contundente de su libro es que los americanos vivimos aspirando desde aquel tiempo a ser naciones y lo logramos en desmedro del vínculo mayor latinoamericano.

CM: Lo que ocurre es que usted ya da por muerta a la nación y eso no es así. Lo certificamos en el proceso de integración relativamente exitoso como el europeo, donde los gobiernos nacionales imponen resistencia a que la Unión Europea pase de ser una unión de naciones o una unión de gobiernos, a una nación de ciudadanos. En los últimos 20 años, la globalización avanzó a marchas forzadas, pero avanzó. Sin embargo, es imprescindible comprender que se suscitaron fuertes resistencias locales y nacionales impidiendo que esa globalización siguiera avanzando. Entonces, ¿qué le toca hacer a América Latina? Creo que debería dar pasos decisivos hacia una integración. No es tarea sencilla y debemos iniciar esta labor definiendo quiénes se integran en este bloque internacional: ¿queremos integrar a América del Sur o queremos hacerlo con toda América Latina?

Asimismo, si integramos América del Sur, dejamos afuera de la ecuación a México y a América central y si integramos América Latina, estamos incorporando a la ecuación a México y América central. Pero pretender que ambos procesos corrieran paralelamente es una mentira. Afirmar que aquello sería enriquecedor para la región es un bluf. Una utopía. Por tanto, pretender que coexistieran Unasur y la Celac es igual de soñador e incomprensible.

En Europa pudimos descomponer el tejido unificador en dos: por un lado, la Unión Europea albergó a 27 miembros y, por otro lado, el EFTA, aunque sólo aupó a Islandia, Noruega, Liechtenstein y Suiza, logró incluir a estos países en el comercio continental. Y para complejizar el panorama, el Brexit alejó a Gran Bretaña, aunque impidiendo su total desvinculación de la Unión Europea. Es una historia larga que deja en claro que la coordinación entre estos países funciona, con diversos matices, pero funciona.

DA: Debo pasar a otro tema que verdaderamente me inquieta: Hugo Chávez venció, y al parecer hoy vencen aquellos líderes que explotan ideologías facilistas, donde los malos renacen y los buenos se parapetan. He ahí el germen de la política auspiciada por el Comandante: “las oligarquías, matrimoniadas con los extranjeros castizos jamás quisieron acoplarse al grito latinoamericanista. ¿Quién sí se montó a ese grito buscando sedimentar un continente integrado? Simón Bolívar, el héroe”. Ese es el esquema de su estudio en el que se narra cómo es que el líder populista de este siglo muele la historia y brinda emocionado este cuento lírico. Usted afirma que tanto Bolívar como Chávez fracasaron en su afán integrador. También es imprescindible observar que la verdad no fue buscada por el presidente venezolano, tan sólo la apropiación del poder.

CM: Lo primero, una aclaración: Bolívar no fracasó en su intento por integrar América Latina. Él nunca quiso integrar a América Latina. En el vocabulario del Libertador no existía la palabra integración, al menos no con el significado que nosotros utilizamos actualmente. Por ende, la integración de Chávez, el hombre nacido en Sabaneta en 1954, y la integración del fascinante hombre nacido en 1783 en la misma república no tienen ni jamás tuvieron nada que ver.

El defensor de la Gran Colombia quería la unidad del viejo imperio español. No pretendía formar una sola nación. Lo suyo tenía que ver con la defensa del continente liberado y con vencer y volver a hacerlo, cuantas veces fuera necesario, los intentos españoles por reconquistar las antiguas colonias. Pero no quería la integración, como su epígono del presente, aunque su modelo de integración resultó sui generis.

En Chávez primó la política sobre la economía. Se trataba de un esquema de integración que funcionaba sobre la figura de los presidentes o, para ser más precisos, del carisma de los mandatarios. Creo que ese detalle está fuera de toda duda. Además, se apoyaba y debía hacerlo sobre un hecho incontrovertible: el peso del Estado. Se recreaba un modelo estatista olvidándose de las bondades del empresariado privado. La única empresa privada que subsistió se ligó férreamente al formato estatal suscrito. Por tanto, hubo una falla estructural en la concepción integradora de Chávez: sólo podía mantenerse al calor de los recursos fiscales obtenidos de la riqueza venezolana hidrocarburífera. Vale decir, el denominado “proceso de integración” se mantenía sólo y en tanto hubiese dinero caribeño para financiar. Mientras hubiese suficiente dinero para inyectarlo en las economías de los “países hermanos” comprando voluntades y ganando elecciones, todo era posible.

Inclusive fue posible, por ejemplo, que en el Carnaval de Río una escuela de samba “Unidos por Villa Isabel” desfilara adornada por una gran estatua de Bolívar. Obtuvo el primer puesto en el concurso de ese año. ¿Dónde estaba el truco? Definitivamente no en la gran simpatía que sentían los brasileños por el Libertador. A nuestro héroe no lo conoce casi nadie en Brasil y, para ser sinceros, hay que ser muy ilustrado para conocerlo. ¿Qué sucedió entonces? PDVSA, la empresa petrolera de Venezuela, usó un millón y medio de dólares para financiar a esa escuela de samba con el propósito de que se expandiera el culto al Libertador fuera del país caribeño. Y junto a él, el objetivo consistía en expandir la propuesta bolivariana fuera de su país.

¿Qué es lo que ocurrió a partir del 2009 cuando empezaron los problemas económicos de la nación petrolera, y, sobre todo después del 2014, tras el deceso del Comandante? Taxativo: no hubo un líder que pudiera heredar su papel, ni en su patria ni fuera de ellla, y el país empezó a carecer de los recursos necesarios a ser distribuidos, dejando que el proyecto fracasara irremediablemente.

DA: Exacto. Todo fracasó como usted señala con detalle. Me permito citarlo: “…y pese a las grandes expectativas puestas en el llamado regionalismo postliberal, el balance que se puede hacer (…) es el de su rotundo fracaso. Prácticamente todas las instituciones creadas bajo su influjo están en crisis (Alba, Unasur, Celac) e incluso otras iniciativas como el Banco del Sur (…) o el Gran Gasoducto del Sur ni siquiera han visto la luz”. Sin embargo, es un fracaso paradójico. Estos políticos vienen venciendo hoy en día. Quizás no construyan países, pero ganan elecciones. Dramático. ¿Qué debemos hacer?

CM: Hay algo curioso en lo que pregunta que merece relevarse. Fíjese que nos explayamos criticando la codicia española desde los albores de 1492 y propinamos un salto para reiterar las críticas durante el periodo de la independencia. ¿Qué significa aquello? Démonos cuenta: hay un agujero negro de casi 300 años, donde no pasa nada. No parecen tener ninguna importancia los entrecruzamientos que hubo entre la poblaciones indígena y española. Todo transcurrió de forma mágica: el mestizaje, los periodos económicos dominantes, las instituciones existentes, entre otros aspectos descollantes que acabaron por enredarse en el inicio de la conquista y en su finalización. No en ese gigantesco medio histórico. ¿Qué significa ello? Qué la ideología acabó imponiéndose y hoy debemos remitirnos a estas versiones adulteradas donde el español es siempre malo y el nativo es siempre bueno. A lo sumo hubo una modificación trascendente.

DA: ¿Cuál?

CM: La aparición sojuzgada de los habitantes negros. ¿Qué se dice de ellos? Que fueron esclavizados. Nada más, ratificando el esquema victimista del presente. Esas “apariciones” históricas no responden pues a la historia sino a las urgencias de la actualidad. Las necesidades del presente.

DA: Para concluir, profesor Malamud, deseo hacerle una pregunta imprescindible como boliviano. No me quiero ir, pues, sin bolivianizar mi cuestionario. Según Jaime Mendoza, un brillante académico boliviano de la primera mitad del siglo pasado, mi país es el corazón de Sudamérica. Su libro se llama El macizo andino y propone entroncar a Bolivia con el Pacífico y el Atlántico. Sin embargo, en su tiempo no había carreteras, vuelos e internet que unieran ambos océanos con Bolivia como el centro. Hoy sí existe todo este andamiaje que permite soñar con unir ambos frentes marítimos convirtiendo a mi país en un inmenso corredor biooceánico. Le pregunto al leer un párrafo lapidario de su texto: “no había ni caminos para unir gigantescos territorios”. Hoy sí existen. ¿Se puede revertir pues el fracaso integracionista y prever la posible existencia de un nuevo Miranda o de un Bolívar ante el advenimiento tecnológico aparentemente unificador?

CM: Ya, lo que pasa es que ahí también nos enfrentamos al victimismo boliviano. En mi última visita a Bolivia, en 2010, en una reunión con diversos intelectuales locales, se me ocurrió plantear una comparación que no fue bien recibida. Se trata de una opinión políticamente incorrecta y es que países como Suiza o como Austria no tienen salida al mar y no son precisamente países pobres. Pudieron serlo, pero hace tiempo que dejaron de serlo. El hecho de no tener salida al mar no puede ni debe ser (tan) relevante. En la época del internet esta posibilidad no parece lógica. En una época en que todo está interconectado de forma inmediata, esta insularidad o mediterraneidad boliviana, como se le dice, no tiene ni debe tener tanta importancia. Bolivia está en un enclave especial: el centro de América del Sur y esta realidad podría ser beneficiosa. Hablamos de erigirse como el territorio de interconexión entre los corredores bioceánicos.

La integración es más necesaria que nunca. Sin embargo, la fragmentación existente en el continente dificulta un avance más ágil y promisorio. Esa fragmentación impide lograr consensos en puntos mínimos de la agenda regional para solucionar problemas externos e internos. Si esto no se soluciona, exactamente como sucedió durante la pandemia del Covid, cada cuál seguirá dando una lucha por su cuenta. ¿Qué podría ocurrir? Lo único: que los intereses nacionales seguirán primando por sobre los intereses regionales.

BD / RPU



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