Donde quedó la responsabilidad de los adultos, donde se diluyó el rol que nos otorga la experiencia, en que momento perdimos la brújula y dejamos de entender que somos nosotros, en la familia, en el sistema escolar, en las calles, el deporte u otro ámbito, los que diseñamos y trasmitimos los valores en que se van a forjar los adolescentes, los valores que les permitirán mañana no pasar la delgada línea de la violencia agrediendo al otro o haciendo objeto de vejamen a la otra.
Si no volvemos a repensar nuestra responsabilidad en todo esto, si no incorporamos nuevamente, en nuestro bagaje teórico pragmático el mostrar con nuestro ejemplo el amor, el respeto, la dignidad o la empatía (palabras que parecen hoy vacías de contenido) si no retomamos la obligación de ser la referencia que necesitan los adolescentes y que a veces lo piden a gritos con todas sus rebeldías, delineando los límites y controles para su camino, esta violencia será sin retorno, será irreparable, seguirá haciendo estragos en la vida de ellas, las llevara a cortarse, a tener adicciones, a no quererse, a no soñar nunca más o a disparar trastornos en su salud mental.
Como padres, como maestros, como tutores, como administradores del Estado tenemos que ponernos a pensar cuál es nuestra complicidad en esta tragedia, qué nos corresponde emprender para revertir este actuar devastador y repulsivo, o seguiremos siendo unos simple espectadores al otro lado de la pantalla, creo que nos toca actuar a todos.
Elizabeth Machicao Barbery dirige la Casa del Adolescente Bolivia.
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