Mundo | 17/10/2023

Relación palestino-israelí: “Tendremos seguridad cuando ellos tengan esperanza”

Protesta en solidaridad con Palestina en Amsterdam. EFE/EPA/Robin Van Lonkhuijsen

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Brújula Digital |17|10|23|

Especial de Jorge Patiño Sarcinelli

El reciente episodio de la invasión de guerrilleros de Hamas a territorio israelí nos enfrenta a complejos dilemas morales que, sin contar con suficiente información, nos sentimos incapaces de resolver. A miles de kilómetros de distancia, ¿qué podemos realmente saber de ese horror? La noticia es una abstracción casi siempre sesgada de hechos que nos serán siempre ajenos.

Imagínate que estás viendo una pelea en la que un matón está masacrando a un tipo mucho más débil hasta que este saca una navaja y de un tajo le saca el ojo al más grande. Aunque el uso de la navaja te parezca desleal, quizá en ese momento sentirías un relámpago de satisfacción por un golpe de justicia. Sin embargo, si luego te dicen que el padre del débil ha violado a la madre del matón, tu sentimiento de justicia quizá se invierta, hasta que te dicen que esta mujer había envenenado al abuelo del otro…

Algo similar, pero mucho más complejo está por detrás del conflicto entre israelitas y palestinos, cuyo último episodio ocupa en este momento lugar central en las noticias y en los análisis. Unos condenan la horrible masacre perpetrada por Hamas y otros celebran que los palestinos hayan por una vez tenido una especie de victoria o venganza. Abundan los juicios –juzgar es fácil– y escasea la comprensión.

I

Lo primero que exige esa comprensión es un conocimiento de hechos históricamente largos y complejos que nos obligan a remontarnos 2.000 años hasta el primer hecho significativo, cuando, después de que los romanos quemaran el templo construido por el rey Salomón, los judíos, que hasta entonces vivían en la región que hoy es Palestina, se dispersan por el mundo. El hecho de que un día hubieran vivido ahí ha dado pie a su reivindicación del derecho de volver.

Los judíos sufren durante esos 2.000 años las atrocidades más grandes: perseguidos, quemados, humillados, expropiados, expulsados…, martirio colectivo que llega a la mayor barbarie perpetrada por un pueblo civilizado: el Holocausto. Antes de este extremo, los judíos, convencidos de que su calvario no iba a terminar mientras no tuvieran su propia tierra, comienzan a alimentar la esperanza de volver a esa tierra de donde habían partido, anhelo que adquirió forma de propuesta en el texto de Theodor Herzl de 1883, con el que se inicia el sionismo: la propuesta de construir un Estado para el pueblo judío en Palestina.

En su famosa declaración de 1917, el ministro inglés Balfour escribe a Lord Rotschild: “El Gobierno de Su Majestad ve favorablemente el establecimiento en Palestina de una tierra (national home) para el pueblo judío (…) quedando claramente entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de la población no judía de Palestina” (el énfasis es mío). Esta carta de un ministro inglés a un importante judío jugó un papel central en el debate posterior porque Inglaterra era la que dibujaba en ese momento los mapas de la región.

En 1919 las tensiones entre árabes y judíos no habían aflorado del todo. Escribe el emir Faisal a Felix Frankfurter (importante líder judío norteamericano): “Sentimos que árabes y judíos son primos en raza (¡de hecho, lo son!), habiendo sufrido opresiones similares en manos de poderes mayores y por una feliz coincidencia han dado juntos pasos hacia el logro de sus ideales nacionales”. Contesta Frankfurter: “Los árabes y judíos son vecinos en territorio; no podríamos sino vivir lado a lado como amigos”.

Sin embargo, la tensión no tarda en aparecer. En ese mismo 1919, el Congreso General Sirio dice tajantemente: “Nos oponemos a las pretensiones de los judíos de crear una comunidad judía en Palestina”. Esta frase captura lo que fue en esencia la actitud del mundo árabe en general a la creación del Estado de Israel: un no rotundo, sin gestos de conciliación o apertura a acomodar o negociar. Una y otra vez, ellos se cierran a la posibilidad de recibir al pueblo judío en tierras palestinas. Se puede comprender que no quisieran ceder parte de lo que consideraban suyo, o que protestaran porque, después del Holocausto, se quisiera pagar culpas propias con tierras ajenas. Pero, diplomática e históricamente ese rechazo fue un error garrafal.

II

Después de la declaración del Balfour, se desarrolla una intrincada batalla política y diplomática entre las pretensiones judías y el rechazo árabe, donde arbitran las potencias y la ONU; proceso que tiene un momento de inflexión después del Holocausto. Durante esas pugnas, los árabes, liderados por Nasser, se alinean con Rusia, mientras que los judíos apuestan a ganador y obtienen el valioso apoyo norteamericano, movido por razones humanitarias, pero también por razones políticas y el apoyo del fuerte lobby judío.

Israel gana la batalla de la legitimidad por virtudes e inteligencia propias y por errores de los países árabes que no supieron ver por dónde soplaban los vientos y que, en lugar de pelear una batalla perdida con métodos cada vez más violentos, lo sensato habría sido trabajar en soluciones constructivas. Sus posiciones maximalistas han costado mucho más.

Esta batalla política tiene un momento culminante con la declaración de independencia del Estado de Israel en 1948. Después de 2.000 años de sufrimientos, los judíos habían finalmente logrado realizar su anhelo: tener su propio país, pero estaban rodeados de enemigos que rechazaban su existencia y querían destruirlo. ¿Cómo podría haber reaccionado ese pueblo sino poniéndose en pie de guerra para defender lo preciosamente conquistado?

En su afán de defender y consolidar la tierra adquirida, los judíos cometieron atrocidades contra población civil inocente comparables con las cometidas estos días por Hamás tanto en brutalidad como números de muertos. Doy ejemplos:

“En 1948 la villa de Deir Yassin fue atacada por guerrilleros israelitas de los grupos Haganah e Irgún matando a entre 100 y 200 hombres, mujeres y niños, cuyos cuerpos mutilados fueron echados a los pozos”; “En su libro, La revuelta, Menahen Begin describe sus actos de terrorismo, incluyendo la masacre de Deir Yassin”.

“El 6 de junio de 1981, 80.000 soldados israelitas ingresaron al Líbano, desafiando la Resolución 509 de la ONU, que ordenaba su retirada. Los soldados entraron con tanques y artillería y apoyo aéreo. En la primera semana de la incursión murieron miles de civiles palestinos y libaneses”.

“El 16 de septiembre de 1981, tropas de la falange libanesa, en coordinación con Ariel Sharon, ingresaron a los campos de refugiados de Sabra y Shatila, dejando a su partida entre 800 y 2.000 muertos, incluyendo mujeres y niños; todos civiles desarmados”.

Sin embargo, el actual ministro de defensa Yoav Gallant’s llama a los guerrilleros de Hamás “animales”, como si Begin y Sharon no hubieran sido igualmente brutales.

Es importante señalar que en ese mismo periodo se dieron muchos otros hechos de violencia por parte de OLP, Hezbollah, Hamás e Israel, con fusiles, tanques, bombas y muchas muertes.

“Podemos parecer occidentales, pero el Estado judío moderno ha sobrevivido como ‘una villa en la jungla’” –así lo describió el ex primer ministro israelí Ehud Barak– “porque a la hora de la verdad, estamos dispuestos a jugar con las reglas locales. No se hagan ilusiones. No nos expulsarán de este barrio”. Y con uñas y dientes; soldados, aviones y tanques no solo no se dejan expulsar, sino que han ido expulsando a más palestinos de sus tierras, invadiendo más y más territorio a través de asentamientos.

La violencia ha continuado hasta hace poco:

“La última invasión terrestre israelí a gran escala de Gaza se produjo en 2014, durante una guerra de 50 días entre Israel y Hamás en la que murieron miles de palestinos y decenas de israelíes (la desproporción es una de las características del conflicto). Tanques y tropas terrestres israelíes inundaron el enclave costero en un intento de destruir la infraestructura de Hamás, lo que dio lugar a combates mortales en túneles y en las densamente pobladas calles de Gaza”.

Esta invasión causó miles de muertes, pero no destruyó a Hamás. No está claro que una nueva invasión con otros miles de muertos lo logre.

III

“El 23 de diciembre de 2000, después de las negociaciones de Camp David II, se ofreció a los palestinos un camino para tener su propia nación en aproximadamente el 95% de la tierra en Cisjordania y el 100% de la tierra en la Franja de Gaza. Según ese esquema, Israel también intercambiaría parte de su propia tierra para compensar a los palestinos a cambio de mantener el 80% de su presencia de colonos en Cisjordania”. Sin embargo, en un golpe a la esperanza palestina, Yasser Arafat no aceptó este acuerdo. Fue un error trágico e incomprensible, uno más de esta historia.

Los acuerdos de Camp David I y II y los Acuerdos de Oslo I y II son los principales acuerdos de paz que se firman en este periodo. El primero permitió a Israel y Egipto sellar la paz. Los demás no han llegado a ser debidamente implementados y han sido más fuente de frustración y desesperanza que de paz. La situación de los palestinos en Gaza se ha seguido deteriorando ante los ojos de la comunidad internacional, y de sus hermanos árabes en particular.

“Bajo el prolongado bloqueo, la densamente poblada franja, con más de dos millones de residentes, casi la mitad de ellos menores de 18 años, se enfrenta a severas restricciones a la circulación de bienes y personas. El hambre ya hacía estragos en Gaza antes de que estallara este conflicto. Hoy, el Programa Mundial de Alimentos calcula que el 63% de su población, que vive en uno de los lugares más densamente poblados del mundo, padece ‘inseguridad alimentaria’”. Hay más: “Si existe un infierno en la tierra, ese es la vida de los niños de Gaza”, declaró en 2021 António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas.

IV

Como vemos, la historia del conflicto árabe, judío, palestino es larga, compleja, plagada de irracionalidad y bañada de sangre de ambos lados. Muertos y bombas más o menos, ningún juez imparcial sería capaz de emitir un veredicto de culpas mayores y quizá la imparcialidad no sea posible. Pero el pasado es irremediable y los inventarios de sangre y errores no lo van a cambiar.

Lo único que todavía está en manos de los actores es cambiar el futuro. Las últimas acciones de Hamás y las primeras respuestas de Israel y Estados Unidos no auguran nada bueno. Ojalá que Estados Unidos reconozca un día el mal que le hace a Israel y a la paz enviando más armas que, so pretexto de ayudar a la defensa de Israel, lo único que causa a la larga es perpetuar la violencia y alejar la paz.

En Israel también hay voces humanitarias que claman por la sensatez y la paz. Escribe recientemente, Nir Avishai Cohen, un mayor del Ejército israelí:

“Durante 56 años Israel ha sometido a los palestinos a un régimen militar opresivo. En mi libro Ama a Israel, apoya a Palestina, escribí: La sociedad israelí tiene que hacerse preguntas muy importantes sobre dónde y por qué se derramó la sangre de sus hijos e hijas. Una minoría religiosa mesiánica nos ha arrastrado a un pantano fangoso, y la seguimos como si fuera el Flautista de Hamelín. Cuando escribí estas palabras, no me daba cuenta de lo hundidos que estábamos en el fango y de cuánta más sangre podría derramarse en tan poco tiempo”.

Con mucha sabiduría, Amit Ayalon, quien dirigió el Shin Bet, Servicio Secreto Israelita y de cuyo patriotismo no se puede sospechar, dice: “solo tendremos seguridad cuando ellos tengan esperanza”. Así parece ser, pero la lección no está siendo aprendida ni con sangre.



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