Mundo | 26/12/2022

Opinión: "Negro, blanco, árabe": el equipo francés de futbol

Arriba, la selección de Francia de 1968. Abajo, la de 2022

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Carlos Torrico Delgadillo / Opinión

Brújula Digital |26|12|22|

Pasó el Mundial, Messi ganó, y todos contentos, o casi. Pero el tema de esta columna es otro. Es el asombro que todavía produce en mucha gente ver que, en un equipo de futbol europeo como el francés, la mayoría de sus jugadores sean negros.

Para ir directamente al grano, digamos que ese asombro nace de las representaciones que la gente de estas tierras todavía se hace de Europa, y Francia en particular. Y es que, como sabemos, a lo largo de nuestra historia, para el imaginario popular, Europa fue, siempre, la tierra de “los blancos”.

De hecho, esa mirada a la “blancura europea” y al valor que se le da, sirve todavía a alguna gente como referente para situar a quien se trate en una determinada “posición social” en las jerarquías (simbólicas) de esto que llamamos “orden social”. Por supuesto que “la medición de la blancura” no es el único factor que se hace operar en la diferenciación social, pero es, todavía, uno importante. De ahí que quien “descubra”, en este caso a través del futbol, que un europeo es también “negro”, puede quedar desconcertado.

Ese desconcierto es precisamente lo que muestran ciertos memes, fotografías y demás publicaciones sobre el equipo de futbol francés (“¡de negros!”) que circulan en las redes, como lo habrá podido constatar todo aquel que anda más o menos activo en el Internet. Algunos de esos contenidos de bromas dudosas, rezaban cosas como estas: “Francia, único país africano que queda en el mundial”. “Una final que se juega entre África y Sudamérica”, etc.

Lo penoso es que, entre quienes contribuyen a hacer circular tales contenidos, se encuentra a periodistas, líderes de opinión, intelectuales... Es decir, se encuentra a personas a las que se imagina algo más al tanto que la media de la complejidad y diversidad interna de los países de este mundo posmoderno.

Peor aún, algunos de quienes hacen circular ese tipo de contenidos se justifican arguyendo que “se trata de denunciar el colonialismo francés” que ahora se expresaría a través del deporte. Es decir que, según tal razonamiento, el deportista negro en Francia seguiría cumpliendo el rol del esclavo al servicio del amo, solo que esta vez lo haría a través del futbol, “corriendo para el amo”, “sudando la camiseta del amo”, en fin. Insinuaciones odiosas y aberrantes, terriblemente denigrantes de ese ciudadano negro llamado a representar a su país, ¡Francia!, por mérito propio.

Cuestionar la “legitimidad nacional” de un deportista negro europeo, nada más por el color de su piel, es negarse a aceptar que la relación emocional que lo une a un lugar, a un país, en suma, el sentido de pertenencia a una nación, como en todos, es producto de toda una historia personal asociada a ese medio, a esa cultura, a esa nación. Y ello nada tiene que ver con el color de la piel. Es triste que, ante ignaros, que asocian “nación con raza”, ese ciudadano negro francés tenga que explicarse y justificarse sobre su condición de europeo, al igual que tenga que hacerlo ante confundidos que ven “colonialismo” donde hay una historia individual, familiar, unida a un país.

De hecho, es común ver en Europa escenas de indignación cuando a algún local negro, amarillo o lo que fuere, le preguntan el país del que viene. Un ejemplo de esa incómoda situación fue reflejado hace algunas semanas en la prensa londinense cuando se acusó a una dama del entorno del monarca por haberle preguntado el país de origen a una británica negra.

El escándalo fue mayúsculo porque la indignación de dicha británica también lo fue: “¿por qué tengo que explicar, todo el tiempo, que siendo negra soy también británica? ¡Estoy harta de esta humillación permanente!”, se quejaba esta persona, como recogen medios de ese país. Es, en suma, el mismo tipo de humillación que se infringe a distancia a los futbolistas franceses desde estas tierras cuando se pone en duda, directa o indirectamente, la legitimidad de su pertenencia a dicho equipo europeo.

Ahora bien, cierto es que hay preguntas legítimas que necesitan responderse. Una de ellas es esta: ¿cómo se explica que, desde hace más de 20 años en el equipo francés de futbol, el número de jugadores negros es mayor al que existía en la época de Platini?

Y la explicación es simple. Se explica por la manera en la que funciona el campo del deporte en Francia y por lo que produce la actual “división social del trabajo”. Es decir que, así como la mayoría de estudiantes de las grandes escuelas donde se forman élites dirigentes (políticos, empresarios, altos funcionarios…) en ese país vienen de las clases acomodadas, que también son blancas en su mayoría, los jugadores de futbol de élite vienen de clases desfavorecidas.

Sabemos que los mayores índices de pobreza, los peores niveles de escolaridad, los trabajos menos valorados son ocupados por esta población. Y ello es así a pesar del modelo socialdemócrata que predomina en la política pública y a pesar de “la escuela republicana” que trata de crear un contexto en el que todos tengan las mismas opciones de abrirse un camino exitoso en la carrera profesional. Pese a ello, el lugar en la sociedad francesa de esta población sigue siendo desfavorable, si se compara por ejemplo trayectorias de individuos venidos de “familias blancas” de clase media y “familias negras” cuya historia está asociada a la inmigración contemporánea.

Las explicaciones de esa realidad son largas y complejas y se las encuentra en la vasta literatura sociológica que la explora, y que no revisaremos aquí porque no es el espacio. Solo diremos que, para muchas de esas familias situadas en los márgenes de la sociedad, el mundo que les resulta más directamente accesible es el del futbol. Ahí no tienen que franquear todos los filtros que la meritocracia escolar y universitaria impone, sobre todo si se sabe que, en el mundo de las élites universitarias, el éxito no solo depende del esfuerzo personal sino también de todo lo que Bourdieu llama capitales (una familia ya cultivada que apoya la carrera escolar desde la infancia; familiaridad con el mundo letrado, etc.).

En el mundo del futbol, en cambio, las exigencias para tener éxito en la vida se corresponden más con las que pueden cumplir dicha población situada más en los márgenes de la sociedad. Ese rendimiento escolar formal, como se lo entiende convencionalmente, no es lo que precisamente exige el mundo del deporte. Las familias de origen inmigrado que a menudo tienen también dificultades idiomáticas perciben que el camino del deporte es más accesible en pro de la promesa de un futuro más promisorio para los hijos. De ahí que niños cuyos padres no se sienten suficientemente armados como para acompañar a sus hijos en un proyecto escolar de largo aliento, encuentran en los centros de deporte una salida.

Realidad facilitada, por supuesto, por la enorme cantidad de infraestructura y programas deportivos que el Estado francés instaura: impresionante red de centros de formación deportiva bien equipados y con profesores o entrenadores pagados por el Estado a través de sus alcaldías, en fin. Incentivos al deporte, de cierto modo, similares a la iniciativa de las “canchitas sintéticas” de Evo, situadas principalmente en suburbios y provincias bolivianas. La diferencia es que en Francia no solo es infraestructura, sino un verdadero programa social que crea verdaderos espacios para la profesionalización deportiva, con formadores, entrenadores... Todo un servicio público, completo y sostenido en el tiempo. Cosas que no tenemos en Bolivia, donde los programas estatales de apoyo al deporte terminan en la precariedad de las canchitas sintéticas.

La consecuencia de toda esa dinámica, en Francia, es lo que observamos en su seleccionado de futbol: un equipo compuesto mayoritariamente por deportistas de élite cuya historia familiar es asociada al de los sectores marginales de la sociedad. El mismo fenómeno social que se observa también en Argentina, finalmente. Pues, como se sabe, buen número de futbolistas profesionales de ese país vienen de clases sociales desfavorecidas. Maradona, ese personaje al que el futbol le permitió abrirse un camino y hacerse un nombre en el mundo, es el ejemplo más icónico. Mbappé, Zidane y muchos otros son los maradonas de Francia si pensamos en la precariedad del medio social del que provienen. La diferencia está en que a esos jugadores franceses no les reconocemos muy fácilmente una “legitimidad nacional francesa” porque asociamos, con una comprensión anticuada del mundo, “nación con raza”.

Pese a ello, si debemos pensar en la correlación racial entre cantidad de habitantes negros y blancos en Francia y composición racial de su selección de futbol, es claro que la sociedad francesa no está constituida con los porcentajes “raciales” que se ve ahora en su futbol. Y es así porque el mundo del futbol no es un resumen de la sociedad francesa. El futbol es un mundo que funciona con sus propias reglas, como ya lo evocamos.

“Black-blanc-beur”, es la trilogía de palabras anglo-francesas que en español se traducen como “negro, blanco, árabe”, y que se acuñaron en Francia como un eslogan hace y ya más de 20 años, cuando ese país ganó su primera Copa Mundial, liderados por el legendario Zinedine ZIdane, cuya biografía familiar lo asocia con Argelia.

Esta trilogía de palabras devino, en ese tiempo, la expresión que resaltaba de manera positiva la “fructífera diversidad étnica” de la sociedad francesa contemporánea, o por lo menos es lo que quiso capitalizar positivamente el progresismo francés, y no solamente. Por supuesto que todo ello fue también una realidad resistida por ciertos sectores, hasta ahora, sobre todo en la nebulosa de la extrema derecha… Que, en esta parte del mundo, en el sur, exista resistencia a reconocer el carácter “nacional francés” de jugadores negros de su equipo, habla más de ignorancia sobre el mundo que de militancia en dudosas ideologías extremas. Esperemos que este Mundial haya ayudado a salir, de facto, de tal ignorancia sobre la diversidad y complejidad interna de las naciones, de esas que uno se representa, erróneamente, como formadas por una sociedad “monoétnica”, por decirlo de algún modo.

Carlos Torrico Delgadillo es comunicador y sociólogo



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