Antonio Araníbar y Carlos Soria Galvarro, ambos autores se refieren en sus recientes obras al periodo comprendido desde los años 50, cuando ellos eran estudiantes, hasta la actualidad, aunque con mayor énfasis en la etapa previa a la llegada del neoliberalismo a fines de los 80.
Fernando Molina / Brújula Digital |14|08|22|
(Este texto pertenece a Tres Tristes Críticos-Libros y Artículos)
Con la distancia de un año, han aparecido dos obras en un género muy poco
frecuentado en la literatura nacional: la memoria personal o la autobiografía.
Las dos pertenecen a políticos de la izquierda boliviana y, pese a sus
diferencias, que ya anotaremos, se parecen en que permiten una aproximación
personal, de carne y hueso, a la historia contemporánea de Bolivia. Puesto que
ambos autores están vivos, el periodo al que se refieren es similar: desde los
años 50, cuando ellos eran estudiantes, hasta la actualidad, aunque con mayor
énfasis en la etapa previa a la llegada del neoliberalismo a fines de los 80.
Las obras a las que me refiero son “La política como opción de vida”, de
Antonio Araníbar (2021) y “Recordatorio”, de Carlos Soria Galvarro (2022).
Pese a la inusitada y positiva personalización de la relación historiográfica
nacional que estos libros entrañan, ambos no dejan de ser bastante reticentes
en confesiones e infidencias, reflejando la idiosincrasia local que también
convierte la autobiografía en una rara avis literaria en nuestro país. La causa
directa de esta escasez de revelaciones íntimas es distinta en cada caso.
Araníbar se cuida de dejar una buena imagen de sí mismo a la posteridad; la de
un hombre ecuánime sin otra gran pasión que el bienestar del país.
Soria Galvarro, que es más autocritico y escribe con menos cálculos, elude
muchos temas íntimos por el carácter fragmentario, por una parte, y, por
decirlo así, monográfico de su trabajo. Este se halla centrado en el hecho que
podríamos llamar el “cráter” de su vida: la militancia comunista que le
posibilitó vivir de cerca la más formidable actuación del comunismo boliviano a
lo largo de toda su historia, su relación con la guerrilla del Che Guevara, la
posición que el partido adoptó frente a ella y las importantes consecuencias de
esta posición en el desenlace de los sucesos de toda una época.
Sin embargo, ni siquiera en este tema Soria Galvarro —un periodista entrañable
y digno del homenaje que se le está prodigando en estos días— llega a decir lo
que el lector está esperando; algo así como “yo creí que era un error enrolarse
con la guerrilla del Che, o defendí lo contrario; me opuse a la posición
oficial del partido o no lo hice; cambié de opinión exactamente en este
momento. Me arrepiento de esto. Me equivoqué por aquello, etc.” En lugar de esto
presenta los hechos de manera objetivista, pero como lo sucedido es
contradictorio y misterioso, el lector se queda con la impresión de que el
protagonista no tuvo una posición propia, que fue un mero testigo de tiempos
confusos y llenos de secretos.
Es obvio que este es el resultado del deseo del autor de no decirlo todo
o al menos de no decirlo de manera frontal. La excepción es su retrato de
Humberto Ramírez, el eterno secretario de organización del Partido Comunista,
al que deja como un burócrata cerril con aires de tirano.
Araníbar, por su parte, cuenta sus inicios como militante democristiano,
memorias que son útiles para reconstruir las formas de militancia de la mitad
del siglo XX (lo mismo puede decirse de Soria Galvarro y su rememoración de la “educación
comunista”; en ambos casos los partidos bolivianos estaban insertos en
estructuras internacionales y eso se traducía en viajes y medios de
profesionalización).
Después se defiende al punto de seguir reafirmando que las posiciones de su
grupo en el MIR eran correctas frente a la crítica de René Zavaleta, de 1971,
que acusó a este de una “desviación nacionalista”. Después de todo lo que pasó
posteriormente, el “entronque” del MIR con el nacionalismo revolucionario de
1978, la formación de la UDP, la alianza de Araníbar con Gonzalo Sánchez de
Lozada, etc., uno esperaría que el autor de esta memoria cediera al menos esta
vez en su necesidad de haber tenido razón. Pero no, le discute a Zavaleta, no
le reconoce los méritos literarios que le conocemos, etc. Y así sucesivamente
con cada parte de su vida posterior. Su autobiografía no es aburrida, pero uno
no puede esperar leer en ella algo como: “Paz Zamora era un imbécil”.
¿Por qué somos así los bolivianos? La nuestra es una sociedad de montaña, donde
los sentimientos deben ser adustos y medidos para evitar la autocompasión y
convocar a la entereza contra la adversidad. Una sociedad provinciana, donde no
conviene ser piedra de escándalo. Y una sociedad machista, donde el error y la
transformación ideológica se consideran debilidades. Luego, por haberse
impregnado nuestra cultura de una mentalidad leguleya, dada la condición de
Bolivia como “Audiencia” durante tantos siglos, preferimos, por prudencia, no
anotar ninguna falta en el “prontuario”.
Hay pasajes en las memorias de Araníbar en los que hasta parece seguir
defendiendo la lucha armada en la que su partido creyó en algún momento. En
todo caso, no la condena como debiera. No habla de manera personal, concreta,
de las pérdidas que produjo ni de su responsabilidad, si existió, en ellas. Y
me quedé con las ganas de saber lo que Soria Galvarro opina finalmente de la
decisión de sus compañeros de sumarse a la guerrilla versus la suya de no
hacerlo hasta que fue tarde para que tal cosa fuera posible. ¿No hay
responsables del holocausto de sus amigos? ¿Puede considerarse la suya una
decisión meramente personal? ¿No fue responsable de nada el propio Che, que
interpuso su enorme prestigio para incitar a los jóvenes a una acción
descabellada? Ya que ambos caminos —la guerrilla o la búsqueda de la
insurrección a través del Partido Comunista— se mostraron igualmente ilusorios
para cambiar al país, ¿cómo evalúa el autor su larga y sacrificada militancia
en un aparato político ya desaparecido?
Las memorias son fundamentales para la reconstrucción completa y compleja de la
historia. Además, suelen ser literatura muy entretenida, en especial si tienen
la inmediatez de estos dos libros. En efecto, uno puede leerlos en pocas
sentadas. Sin embargo, en Bolivia el género está como lastrado por un miedo
inconsciente a verse mal en los ojos de la posteridad o por uno más consciente
de reconocer que la vida de uno —y de ninguno— no ha tenido tanto sentido como
se podía desear.
Se trata de una carencia general (carencia de afectividad, si se quiere) y no
de los escritores reseñados, como puede verse por lo siguiente. En estos días,
el sociólogo Yuri Torres está publicando una serie de entrevistas con
intelectuales sobre sus vidas y obras. Pues bien, la inmensa mayoría de ellos habla
exclusivamente de estas y se resiste en silencio a siquiera mencionar aquellas.
Fernando Molina es periodista y escritor.
@brjula.digital.bo