Las ciudades que el mexicano Alberto Chimal presenta a lo largo de este volumen de cuentos provocan experiencias extrañas o terroríficas, pero también ayudan a reflexionar sobre las ideas que los seres humanos conciben alrededor de su vida cotidiana.
Brújula Digital |14|06|22|
Valery Gismondi
En su último libro, Ciudad Imaginada, el mexicano Alberto Chimal logra transportarnos –como
indica su título– a ese lugar que tan finamente nos describe y el cual es fácil
de imaginar. Un lugar que se divide entre una realidad reconocible y ese mundo
de fantasía que marca el tono de su obra a lo largo de los 11 cuentos que nos
presenta. Lograr que nos perdamos en un universo construido con ese propósito tiene
mucho que ver con la manera en que el autor juega con el lenguaje, preciso y
fluido, haciéndolo reconocible, visual, pintoresco y, sobre todo, fácil de
leer, que a diferencia de lo que pueda creerse, es una tarea extremadamente
difícil. Se trata de acortar ese puente entre autor y lector haciendo de la
comunicación que significa la palabra escrita una forma sublime de mirarnos los
unos a los otros.
La manera en que Alberto es capaz de hacerlo gira en torno a cómo se nos presenta la fantasía: tan cercana y tangible. Las referencias que surgen como un guiño cómplice de mundos reales entremezclados con aquellos que él inventa, como en Corredores, hacen que cada relato sea una ventana diferente. La que nos introduce al libro, La Ciudad Imaginada es una ventana que nos atrapa lo suficiente como para querer atisbar a través de las restantes. De inmediato nos topamos con Mesa con Mar, que supone una exquisita expresión de realismo mágico, que podría confundirse por literatura fantástica, pero al devolvernos al universo de la niñez –en donde todo es posible y real– nos recuerda a ese lugar donde lo concebible puede hacerse concebible y lo imposible se sitúa codo a codo con lo cotidiano.
Debido a que los cuentos han sido escritos con años de distancia y sin intención de convertirse en parte del mismo libro, supone una propuesta diversa y divertida, incluido Variación sobre un tema de Coleridge, que es sumamente ameno, sin comprometer la profundidad del relato. Resulta una combinación casi estremecedora entre lo que te provoca reír y lo que te sumerge en la reflexión y la catarsis de cualquier expresión de arte. Y creo que al situarnos como lectores de esta obra, nos situamos también ante justamente eso: una expresión de arte honesta, transparente, tan largamente y pulidamente trabajada en cuyo universo infinito alberga sirenas y mujeres atrapadas por ellas, charlas con ese Yo del pasado que no termina de encajar en el presente, monedas mágicas y misteriosas, películas de la cultura popular. Un sinfín que vale la pena explorar personalmente.
Valery Gismondi Avendaño nació y vive en La Paz. Es licenciada en ciencias políticas y magister en literatura comparada.
@brjula.digital.bo